El tulipán negro (Alejandro Dumas) Libros Clásicos

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Raramente iba a la habitación de las cebollas si no era para dejar entrar allí algunos rayos de sol, que sorprendía en el cielo, y a los que forzaba, abriendo una trampilla vidriada, a caer de buen o mal grado en su casa.
La noche de la que hablamos, después de que Corneille y Cornelius hubieron visitado juntos los apartamentos, seguidos de algunos criados, aquél le confió en voz baja a Van Baerle:
-Hijo mío, alejad a vuestras gentes y procurad que nos quedemos unos momentos a solas y sin oídos indiscretos.
Cornelius se inclinó en señal de obediencia.
-Señor-preguntó luego en voz a lta-, ¿os agradaría visitar ahora mi secadero de tulipanes?, os agradará.
¿El secadero? Ese pandemónium de la tulipanería, ese tabernáculo, ese sanctasanctórum estaba, como Delfos antiguamente, prohibido para los no iniciados.
Jamás criado alguno había puesto allí un pie audaz, como hubiera dicho el gran Racine, que florecía por aquella época. Cornelius no dejaba penetrar en él más que la escoba inofensiva de una vieja sirvienta frisona, su nodriza, la cual, desde que Cornelius se dedicaba al cultivo de los tulipanes, no se atrevía a poner cebollas en los guisos, por temor a mondar y condimentar el «co razón de su niño».
Así, a la sola palabra «secadero», los criados que llevaban las antorchas se apartaron respetuosamente. Cornelius cogió las velas de manos del primero y precedió a su padrino en la habitación.
Añadamos a lo que acabamos de decir que el secadero era aquel mismo cuarto vidriado sobre el que Boxtel asestaba incesantemente su telescopio.
El envidioso estaba más que nunca en su lugar.
Vio primero iluminarse las paredes y las vidrieras.
Luego aparecieron dos sombras.
Una de ellas, grande, majestuosa, severa, se sentó al lado de la mesa donde Cornelius había depositado las velas.
En esta sombra, Boxtel reconoció el pálido rostro de Corneille de Witt, cuyos largos cabellos negros separados en la frente caían sobre sus hombros.
El Ruart de Pulten, después de haber dicho a Cor nelius algunas palabras de las que el envidioso no pudo comprender el sentido por el movimiento de los labios, sacó de su pecho y le tendió un paquete blanco cuidadosamente sellado, paquete que Boxtel, por la forma con que Cornelius lo cogió y lo depositó en un arma rio, supuso eran papeles de la mayor importancia.

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