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¡Oh! ¡Si vos conocierais a mi Cornelius, monseñor!
-¡Un De Witt! -exclamó Boxtel-. ¡Ah! Monseñor no lo conoce bien, ya que una vez le hizo la gracia de la vida.
-Silencio -ordenó el príncipe-. Todas esas cosas del Estado, ya lo he dicho, no son de la competencia de la Sociedad Hortícola de Haarlem.
Luego, frunciendo el entrecejo, añadió:
-En cuanto al tulipán, estad tranquilo, señor Boxtel. Se hará justicia.
Boxtel saludó, con el corazón lleno de alegría, y recibió las felicitaciones del presidente.
-Y vos, muchacha -continuó Guillermo de Orange-, habéis estado a punto de cometer un crimen. No os castigaré, pero el verdadero culpable pagará por los dos. Un hombre de su posición puede conspirar, traicionar incluso... pero no debe robar.
-¡Robar! -exclamó Rosa-. ¡Robar! ¡Él, Corne lius, oh! Monseñor, tened cuidado; si oyera vuestras palabras moriría, porque vuestras palabras lo matarían con mayor seguridad de como lo habría hecho la espada del verdugo en la Buytenhoff. Si ha habido un robo, monseñor, os lo juro, es este hombre quien lo ha cometido.
-Probadlo -dijo fríamente Boxtel.
-¡Pues bien, sí! Con la ayuda de Dios lo probaré -replicó la frisona con energía.
Luego, volviéndose hacia Boxtel:
-¿El tulipán es vuestro?
-Sí.
-¿Cuántos bulbos tenía?
Boxtel vaciló un instante, pero comprendió que la joven no haría esta pregunta si únicamente existieran los dos bulbos conocidos.
-Tres -contestó.
-¿Qué ha sido de esos bulbos? -preguntó Rosa.
-¿Que qué ha sido de ellos...? Uno abortó, el otro dio el tulipán negro...
-¿Y el tercero?
-¿El tercero?
-El tercero, ¿dónde está?
-El tercero está en mi casa -dijo Boxtel comple tamente turbado.
-¿En vuestra casa? ¿Dónde, en Loevestein o en Dordrecht?
-En Dordrecht -contestó Boxtel.
-¡Mentís! -exclamó Rosa-. Monseñor -añadió volviéndose hacia el príncipe-, os voy a contar la verdadera historia de esos tres bulbos. El primero fue aplastado por mi padre en la habitación del
prisionero, y este hombre lo sabe bien, porque esperaba apoderarse de él, y cuando vio fallida esta esperanza, estuvo a punto de pelearse con mi padre por haberlo impedido. El segundo, criado por mí, dio el tulipán negro, y el tercero, el último -la joven lo sacó de su pecho-, el tercero está aquí, en el mismo papel que lo envolvía con los otros dos cuando, en el momento de subir al patíbulo, Cornelius van Baerle me entregó los tres.