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No le hizo ningún reproche ––tampoco tenía derecho a hacérselo––, pero le preguntó si se sentía capaz de cambiar de vida, ofreciéndole a cambio de ese sacrificio todas las compensaciones que pudiera desear. Ella se lo prometió.
Hay que decir que por aquella época Marguerite, aunque entusiasta por naturaleza, es taba enferma. El pasado se le aparecía como una de las causas principales de su enfermedad, y una especie de superstición le hizo esperar que Dios le dejaría la belleza y la salud a cambio de su arrepentimiento y conversión.
Y en efecto, cuando llegó el final del verano, las aguas, los paseos, el cansancio natural y el sueño casi casi la habían restablecido.
El duque acompañó a Marguerite a París, donde siguió viéndola como en Bagnéres.
Aquella relación, cuyo auténtico origen y motivo se desconocía, causó aquí gran sensación, pues el duque, conocido ya por su gran fortuna, se daba a conocer ahora por su prodigalidad.
Se atribuyó al libertinaje, frecuente entre los viejos ricos, aquel acercamiento del viejo duque a la joven. Hubo toda clase de suposiciones, excepto la verdadera.
Sin embargo los sentimientos que aquel padre experimentaba por Marguerite tenían una causa tan casta, que cualquier otra relación que no fuera de corazón le hubiera parecido un incesto, y jamás le había dicho una palabra que su hija n o hubiera podidó oír.
Lejos de nosotros el pensamiento de hacer de nuestra heroína otra cosa dístinta de lo que era. Así pues, diremos que, mientras estuvo en Bagnéres, la promesa que había hecho al duque no era dificil de cumplir y la cumplió; pero, una vez en París, a aquella joven acostumbrada a la vida disipada, a los bailes, incluso a las orgías, le pareció que su soledad, turbada únicamente por las periódicas visitas del duque, la haría morir de aburrimiento, y el soplo ardiente de su vida anterior pasaba a la vez por su cabeza y por su corazón.
Añádase a ello que Marguerite había vuelto de aquel viaje más hermosa que nunca, que tenía veinte años y que la enfermedad, adormecida, pero no vencida, seguía despertando en ella esos deseos febriles que casi siempre suelen ser resultado de las afecciones de pecho.
Así pues, el duque sintió un gran dolor el día en que sus amigos due estaban al acecho sin cesar con ánimo de sorprender un escándalo por parte de la joven, con la que, decían, estaba comprometiéndose–– vinieron a decirle y demostrarle que, en cuanto estaba segura de que él no iría a verla, ella recibía visitas, y que tales visitas se prolongaban con frecuencia hasta la mañana siguiente.