Página 21 de 158
––Concediéndome un poco de su amistad ––dije a Armand–– y diciéndome la causa de su pena. Contando los sufrimientos, se consuela uno.
––Tiene usted razón; pero hoy siento tal necesidad de llorar, que no le diría más que palabras sin sentido. Otro día le haré partícipe de esta historia y ya verá usted si tengo razón para echar de menos a la pobre chica. Y ahora ––––añadió, frotándose los ojos por última vez y mirándose en el espejo––, dígame que no le parezco excesivamente necio y pemiítame que vuelva a verlo otra vez.
La mirada del joven era bondadosa y dulce; estuve a punto de abrazarlo.
En cuanto a él, sus ojos comenzaban de nuevo a velarse de lágrimas; vio que yo me daba cuenta y desvió la mirada.
Vamos ––le dije––. ¡Animo!
––Adiós me dijo entonces.
Haciendo un esfuerzo inaudito por no llorar, más que salir, huyó de mi casa.
Levanté el visillo de mi ventana y lo vi subir.al cabriolé que lo esperaba a la puerta; pero, en cuanto estuvo dentro, se deshizo en lágrimas y ocultó su rostro en el pañuelo.
V
Pasó bastante tiempo sin que oyera hablar de Armand, pero en cambio hubo muchas ocasiones de tratar de Marguerite.
No sé si lo han notado ustedes, pero basta que el nombre de una persona, que parecía que iba a seguir siéndonos desconocida o por lo menos indiferente, se pronuncie una vez ante nosotros, para que alrededor de ese nombre vayan agrupándose poco a poco una serie de detalles y oigamos a todos nuestros amigos hablar con nosotros de algo de lo que antes nunca habíamos conversado. Entonces descubrimos que esa persona casi estaba tocándonos, y nos damos cuenta de que pasó muchas veces por nuestra vida sin ser notada; encontra mos en los acontecimientos que nos cuentan una coincidencia y una afinidad reales con ciertos acontecimientos de nuestra propia existencia. No era ése exactamente mi caso respecto a Marguerite, puesto que yo la había visto, me había encontrado con ella y la conocía de vista y por sus costumbres; sin embargo, desde la subasta su nombre llegó tan frecuentemente a mis oídos y, en la circunstancia que he dicho en el capítulo anterior, su nombre se halló mezclado con una tristeza tan profunda, que creció mi asombro, aumentando mi curiosidad.
De ello resultó que ya no abordaba a mis amigos, a los que nunca antes había hablado de Marguerite, sino diciéndoles: