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––Yo conozco a Marguerite ––dijo Gaston––, y bien puedo ir a hacerle una visita. ––Pero Armand no la conoce. Yo se lo presentaré. ––Es imposible. Volvimos a oír la voz de Marguerite, que seguía llamando a Prudence. Esta corrió a su cuarto de asco. La seguí hasta allí con Gaston. Abrió la ventana. Nos escondimos de forma que no se nos viera desde fuera. ––Llevo llamándola diez minutos ––dijo M arguerite desde su ventana y con un tono casi imperioso. ––¿Qué quiere? ––Quiero que venga en seguida. ––¿Por qué? ––Porque el conde de N... está aquí todavía y me está aburriendo mortalmente. ––No puedo ir ahora.
––¿Quién se lo impide?
––Tengo en casa a d os jóvenes que no quieren irse.
––Dígales que tiene usted que salir.
––Ya se lo he dicho.
––Bueno, pues déjelos ahí; cuando la vean salir, se irán.
––¡Después de ponerlo todo patas arribal
––¿Pero qué quieren?
––Quieren verla.
––¿Cómo se llaman?
––Al uno lo conoce usted, Gaston R...
––¡Ah, sí! Ya sé quién es. ¿Y el otro?
––Armand Duval. ¿No lo conoce?
––No; pero, ande, tráigaselos; cualquier cosa antes que el conde. Los espero, vengan en seguida.
Marguerite volvió a cerrar su ventana y Prudence la suya.
Marguerite, que por un momento se había acordado de mi rostro, no se acordaba de mi nombre. Hubiera preferido un recuerdo desfavorable antes que aquel olvido.
––Ya sabía yo ––dijo Gaston–– que estaría encantada de vernos.
––Encantada no es la palabra ––respondió Prudence, poniéndose su chal y su sombrero––. Los recibe a ustedes para obligar al conde a que se vaya. Traten de ser más amables que él porque, si no, conozco a Marguerite y sé que se enfadará conmigo.
Seguimos a Prudence mientras bajaba.
Yo temblaba; me parecía que aquella visita iba a tener una gran inffuencia en mi vida.
Estaba aún más emocionado que la noche de mi presentación en el palco de la Opera Cómica.
Al llegar a la puerta del piso que ya conoce usted, me latía con tanta fuerza el corazón, que era incapaz de controlar mis pensamientos.
Hasta nosotros llegaron unos acordes de piano.
Prudence llamó.
El piano se calló.
Una mujer con aspecto de dama de compañía más que de doncella fue a abrirnos.
Pasamos al salón, y del salón al gabinete, que en aquella época estaba tal como lo vio usted después.