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Marguerite, con una mano apoyada en el piano, miraba el álbum de música, siguiendo con los ojos cads nota, que acompañaba en voz baja, y, cuando Gaston llegó al pasaje que le había indicado, tarareó mientras dabs con los dedos en la taps del piano:
Re, mi, re, do, re, fa, mi, re, eso es lo que no me sale. Empiece otra vez.
Gaston empezó otra vez, y luego Marguerite le dijo:
Déjeme intentarlo a mí ahora.
Ocupó su sitio y se puso a tocar; pero sus dedos rebeldes se equivocaban siempre en una de las notas que acabo de decir.
––¡Es increíble ––dijo con una auténtica entonación de niñaque no consiga tocar ese pasaje! ¿Podrán creer ustedes que a veces me he tirado hasta las dos de la mañana detrás de él? ¡Y cuando pienso que ese imbécil de conde lo toca admirablemente y sin partïtura, creo que es o es lo que hace que me ponga furiosa con éll
Y volvió a empezar, siempre con los mismos resultados.
––¡Que el diablo se lleve a Weber, la música y los pianos! ––dijo arrojando el álbum a la otra punts de la habitación––. ¿Cómo puede entenderse que no sea capaz de tocar ocho sostenidos seguidos?
Y se cruzaba de brazos mirándonos y golpeando el suelo con el pie.
La sangre se le subió a las mejillas y una tos ligera entreabrió sus labios.
Vamos, vamos ––Iijo Prudence, que se había quitado el sombrero y se alisaba los bandós ante el espejo–– ; todavía va a enfadarse usted y le sentará mal; más vale que vayamos a cenar: yo es que me estoy muriendo de hambre.
Marguerite volvió a llamar, luego se puso al piano y comenzó a media voz una canción libertina, en cuyo acompañamiento no se equivocaba.
Gaston se sabía aquella canción a hicieron una especie de dúo.
––No cante esas porquerías ––dije familiarmente a Marguerite y con un tono de súplica.
––¡Oh, qué casto es ustedl ––me dijo sonriendo y tendiéndome la mano.
––No es por mí, es por usted.
Marguerite hizo un gesto como queriendo decir: «¡Oh, yo hace ya mucho tiempo que terminé con la castidad!»
En aquel momento apareció Nanine.
––¿Está lista la cena?
––Sí, señora, dentro de un momento.
––A propósito ––me dijo Prudence––, no ha visto usted el piso; venga, se lo voy a enseñar.