Los miserables (Víctor Hugo) Libros Clásicos

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Su camisa, de una tela gruesa y amarillenta, dejaba ver su velludo pecho; llevaba una corbata retorcida como una cuerda; un pantalón azul usado y roto; una vie ja chaqueta gris hecha jirones; un morral de soldado a la espalda, bien repleto, bien cerrado y nuevo; en la mano un enorme palo nudoso, los pies sin medias, calzados con gruesos zapatos claveteados.
Sus cabellos estaban cortados al rape y, sin embargo, erizados, porque comenzaban a crecer un poco y parecía que no habían sido cortados hacía algún tiempo.
Nadie lo conocía. Evidentemente era forastero. ¿De dónde venía? Debía haber caminado todo el día, pues se veía muy fatigado.
Se dirigió hacia el Ayuntamiento. Entró en él y volvió a salir un cuarto de hora después. Un gendarme estaba sentado a la puerta. El hombre se quitó la gorra y lo saludó humildemente.
Había entonces en D. una buena posada que, según la muestra, se titulaba "La Cruz de Colbas", y hacia ella se encaminó el hombre. Entró en la cocina; todos los hornos estaban encendidos y un gran fuego ardía alegremente en la chimenea. El posadero estaba muy ocupado en vigilar la excelente comida destinada a unos carreteros, a quienes se oía hablar y reír ruidosamente en la pieza inmediata. Al oír abrirse la puerta preguntó sin apartar la vista de sus cacerolas:
-¿Qué ocurre?
-Cama y comida -dijo el hombre.
-A1 momento -replicó el posadero.
Entonces volvió la cabeza, dio una rápida ojeada al viajero, y añadió:
-Pagando, por supuesto.
El hombre sacó una bolsa de cuero del bolsillo de su chaqueta y contestó:
-Tengo dinero.
-En ese caso, al momento os atiendo.
El hombre guardó su bolsa; se quitó el morral, conservó su palo en la mano, y fue a sentarse en un

banquillo cerca del fuego. Entretanto el dueño de casa, yendo y viniendo de un lado para otro, no hacía
más que mirar al viajero. -¿Se come pronto? -preguntó éste. -En seguida -dijo el posadero.
Mientras el recién llegado se calentaba con la espalda vuelta al posadero, éste sacó un lápiz del bols illo, rasgó un pedazo de periódico, escribió en el margen blanco una línea o dos, lo dobló sin cerrarlo, y entregó aquel papel a un muchacho que parecía servirle a la vez de pinche y de cria do; después dijo una palabra al oído del chico y éste marchó corriendo en dirección al Ayuntamiento.

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