Los miserables (Víctor Hugo) Libros Clásicos

Página 28 de 382

Era evidente que estaba conmovido y desconcertado. Pero, ¿de qué naturaleza era esta emoción?
No podía apartar su vista del anciano; y lo único que dejaba traslucir claramente su fisono mía era una extraña indecisión. Parecía dudar entre dos abismos: el de la perdición o el de la salvación; entre herir aquella cabeza o besar aquella mano.
Al cabo de algunos instantes levantó el brazo izquierdo hasta la frente, y se quitó la gorra; des pués dejó caer el brazo c on lentitud y volvió a su meditación con la gorra en la mano izquierda, la barra en la derecha y los cabellos erizados sobre su tenebrosa frente.
El obispo seguía durmiendo tranquilamente bajo aquella mirada aterradora.
El reflejo de la luna hacía visible confusamente encima de la chimenea el crucifijo, que parecía abrir sus brazos a ambos, bendiciendo al uno, perdonando al otro.
De repente Jean Valjean se puso la gorra, pasó rápidamente a lo largo de la cama sin mirar al obispo, se dirigió al armario que estaba a la cabecera; alzó la barra de hierro como para forzar la cerradura; pero estaba puesta la llave; la abrió y lo primero que encontró fue el cestito con la platería; lo cogió, atravesó la estancia a largos pasos, sin precaución alguna y sin cuidarse ya del ruido; entró en el oratorio, cogió su palo, abrió la ventana, la saltó, guardó los cubiertos en su mo rral, tiró el canastillo, atravesó el jardín, saltó la tapia como un tigre y desapareció.

IX:
El obispo trabaja

Al día siguiente, al salir el sol, monseñor Bienve nido se paseaba por el jardín. La señora Magloire salió corriendo a su encuentro muy agitada.
-Monseñor, monseñor -exclamó-: ¿Sabe Vuestra Grandeza dónde está el canastillo de los cubiertos?
-Sí -contestó el obispo.
-¡Bendito sea Dios! -dijo ella-. No lo podía encontrar.
El obispo acababa de recoger el canastillo en el jardín, y selto presentó a la señora Magloire.
Aquí está.
-Sí -dijo ella-; pero vacío. ¿Dónde están los cubiertos?
-¡Ah! -dijo el obispo-. ¿Es la vajilla lo que buscáis? No lo sé.
-¡Gran Dios! ¡La han robado! El hombre de anoche la ha robado.
Y en un momento, con toda su viveza, la señora Magloire corrió al oratorio, entró en la alcoba, y volvió al lado del obispo.

Página 28 de 382
 

Paginas:
Grupo de Paginas:                   

Compartir:




Diccionario: