Los miserables (Víctor Hugo) Libros Clásicos

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Se la hemos prometido solemnemente, y nos la están reclamando siempre; a mí sobre todo. Al mismo tiempo nuestros padres nos escriben. Nos vemos apremiados por las dos partes. Me parece que ha llegado el momento. Escuchad.
Tholomyès bajó la voz, y pronunció con gran misterio algunas palabras tan divertidas, que de las cuatro bocas salieron entusiastas carcajadas, al mismo tiempo que Blachevelle exclamaba: "¡Es una gran idea!"
El resultado de aquella secreta conversación fue un paseo al campo que se realizó el domingo siguiente, al que invitaron los estudiantes a las jóvenes.
Ese día las cuatro parejas llevaron a cabo concienzudamente todas las locuras campestres posibles en ese entonces. Principiaban las vacaciones, y era un claro y ardiente día de verano. Favorita, que era la única que sabía escribir, envió la noche anterior a Tholomyés una nota diciendo: "Es muy sano salir de madrugada".
Por esta razón se levantaron todos a las cinco de la mañana. Fueron a Saint-Cloud en coche; se pararon ante la cascada; jugaron en las arboledas del estanque grande y en el puente de Sévres; hicieron ramilletes de flores; comieron en todas partes pastelillos de manzanas; Tholomyès, que era capaz de todo, se ponía una cosa extraña en la boca llamada cigarro y fumaba; en fin, fueron perfectamente felices.

II: Alegre fin de la alegría
Aquel día parecía una aurora continua. Las cuatro alegres parejas resplandecían al sol en el campo, entre las flores y los árboles. En aquella felicidad común, hablando, cantando, corriendo, bailando, persiguiendo mariposas, cogiendo campanillas, mojando sus botas en las hierbas altas y húmedas, recibían a cada momento los besos de todos, excepto Fantina que permane cía encerrada en su vaga resistencia pensativa y respetable. Era la alegría misma, pero era a la vez el pudor mismo.
-Tú -le decía Favorita-, tú tienes que ser siempre tan rara.
Fueron al parque a columpiarse y después se embarcaron en el Sena. De cuando en cuando, preguntaba Favorita:
-¿Y la sorpresa?
Paciencia -respondía Tholomyès.
Cansados ya, pensaron en comer y se dirigieron a la hostería de Bombarda. Allí se instalaron en una sala grande y fea, alrededor de una mesa llena de platos, bandejas, vasos y botellas de cerveza y de vino. Prosiguieron la risa y los besos.
En eso estaba, pues, a las cuatro de la tarde el paseo que empezara a las cinco de la madrugada.

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