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Ojalá me fuera dado reemplazar su pérdida cultivando aquí un huertecillo que entretuviese mi destierro. Yo mismo, si pudiera, apoyado en mi báculo, llevaría a pacer las ovejas y las cabras que trepan por las rocas; yo mismo descargaría el pecho de cuitas incesantes, guiando los robustos bueyes uncidos al corvo yugo, y aprendería el lenguaje que conocen de oírlo a los Getas, añadiendo los gritos amenazadores que acostumbran proferir; yo mismo, sujetando con la mano el arado que hiende la tierra, aprendería a esparcir la semilla en el surco removido, no titubearía en limpiar de brozas el campo con el largo azadón, y llevaría a mi sediento huerto el agua que reclamase; pero ¿cómo dedicarme a tales ocupaciones si apenas se alza un muro y una cerrada puerta entre mí y el enemigo? Los fatales dioses hilaron para ti estambre de felices agüeros en el momento de, nacer; ya frecuentas el campo de Marte, ya paseas a la sombra del pórtico, ya en el foro al que dedicas breves instantes, ya la férvida rueda te conduce por la vía Appia derecho a tu casa de Alba; una vez allí, acaso deseas que César temple su justa cólera, y tu villa me sirva de refugio. Es demasiado, amigo, lo que pretendes; modera tus deseos, te lo suplico, y reprime el vuelo audaz del pensamiento. Yo viviría satisfecho en tierra menos lejana y menos expuesta a los trances de la guerra, sintiéndome aligerado de una gran parte de mis sufrimientos.
IX
A MÁXIMO
Apenas recibida la epístola tuya que me anunciaba la muerte de Celso, la he regado con mis lágrimas, y, lo que me cuesta decir, lo que nunca juzgué posible, la he leído bien, a pesar mío. Desde que habito en el Ponto, no había llegado a mis oídos noticia tan dolorosa, y ojalá sea ésta la última. Su imagen se ofrece a mis ojos como si le tuviera presente, y mi amor aún le cree vivo. Recuerdo mil veces el abandono con que se entregaba a las diversiones, y su probidad inmaculada en los negocios graves.