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Pero sí un dios me dijese: «Vive por fin exento de cuitas», le disuadiría: ¡son tan dulces las penas del querer!
Fatigado de la incesante lucha y con el fuego del corazón casi extinguido, no sé qué vértigo se apodera aún de mi alma extraviada. Como el caballo de dura boca despeña en el precipicio al caballero impotente para sujetarle con los frenos cubiertos de espuma; como un viento repentino rechaza el barquichuelo que próximo a tierra iba a tomar el abrigo del puerto, así me arrastra con frecuencia el soplo incierto de Cupido, y el Amor de purpúreo rostro vuelve a lanzarme los dardos que ya conozco. Hiere, niño, te ofrezco mi cuerpo desnudo y sin armas; alardea de tus fuerzas y la habilidad de tu diestra. Como si las enviases, vienen a clavarse espontáneamente en mí tus saetas; acaso su aljaba les sea menos conocida que mi pecho. Desgraciado del que logra reposar toda la noche y considera el sueño un bien de alta estima. Imbécil, ¿qué es el sueño sino la fría imagen de la muerte? El destino te reserva largos siglos de descanso. Yo quiero que me engañen las dulces palabras de mi amiga; la sola esperanza del placer me proporciona inmensa satisfacción, y que ahora me. diga ternuras, ahora me promueva reyertas; que hoy se entregue en mis brazos, y mañana me envíe noramala. Por tu causa, Cupido, es dudosa la suerte de Marte; tu padrastro mueve las armas siguiendo tu ejemplo. Eres versátil y mucho más ligero que tus alas, y das y niegas los placeres al tenor de tu capricho. Si a pesar de esto oyes mis súplicas, Cupido, y las oye tu hermosa madre, no dejéis desierto mi corazón de vuestro imperio, y que la tropa demasiado voluble de los jóvenes se someta a tu poder; así serás venerado por los hombres y las mujeres.
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Lo recuerdo bien: tú, Grecino, sostenías que ninguno puede amar dos mujeres al mismo tiempo, y por ti he caído en el error, por ti me sorprendieron inerme, y amo torpemente a dos a la vez.