Los amores (Ovidio) Libros Clásicos

Página 37 de 83

Yo vi a dos toros que se disputaban una blanca ternera, que, como espectadora del combate, alentaba su valor. A mí Cupido me ordenó enarbolar la bandera de sus numerosos, secuaces, y la he conservado sin manchas de sangre.
XIII
La imprudente Corina ha puesto en peligro su vida, destruyendo con un abortivo el peso que abru­maba su vientre. En verdad que merece mi cólera por exponerse a tanto riesgo sin mi conocimiento; mas la cólera cede ante el temor. Sin duda, o habría concebido de mí, o al menos así lo creo; acostumbro a dar por cierto aquello que es posible. Isis, que habitas Paretonio y las feraces tierras de Canopo, con Menfis y Faros ceñida de palmeras, y las llanuras en que el rápido Nilo abandona su vasto lecho y por siete bocas tributa sus aguas al mar, te ruego por tu sistro y por la veneranda cabeza de Anubis, y así el pío Osiris acepte siempre gozoso tus sacrificios, la serpiente aletargada se deslice con lentitud en torno de las ofrendas, y Apis, con sus cuernos de oro, acompañe tu pompa, que vuelvas a esta parte tus miradas, y con la salvación de Corina salves a dos, pues tú darás a ella la vida y ella a mí. Con frecuencia la viste celebrar sentada tus sacros festejos a la hora en que los sacerdotes Galos se ceñían de laureles. Tú, que tanto compadeces en los difíciles meses de la gestación a las madres que retardan el paso con el fruto de sus entrañas; compasiva Ilitia, ven y oye favorable mis preces; es digna de contarse entre tus protegidas. Yo mismo, vestido de blanco, quemaré el incienso en tus aras humeantes y depositaré a tus pies las prometidas ofrendas, grabando estas palabras: «Ovidio Nasón, por la salud de Corina.» Diosa inclínate a merecer tal inscripción y tales ofrendas. Y tú, amada mía, si me es lícito aconsejarte, viéndote sobresaltada de tanto temor, guárdate de repetir nuevamente lo que acabaste de hacer.
XIV
¿Qué aprovecha a las jóvenes no verse obligadas a la guerra ni a seguir, con el escudo al brazo, los fieros escuadrones, si se hieren con sus dardos, sin que Marte las provoque, y arman las ciegas manos contra la propia vida? La primera que se resolvió a abortar el feto de sus entrañas merecía caer al filo de sus mismas armas.

Página 37 de 83
 

Paginas:
Grupo de Paginas:       

Compartir:



Diccionario: