El contrato social (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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Cuando
las costumbres están ya establecidas y las preocupaciones arraigadas, es
empresa peligrosa é inútil querer reformarlas; el pueblo no puede ni aun
sufrir que se toquen sus males para destruirlos, semejante á aquellos
enfermos estúpidos y sin valor que tiemblan al aspecto del médico.
No quiero decir con esto que, asi como algunas enfermedades
trastornan la cabeza de los hombres y les quitan la memoria de lo pasado,
no haya tambien á veces en la duracion de los estados épocas violentas, en
las cuales las revoluciones produzcan en los pueblos lo que ciertas crísis
en los individuos; épocas en que el horror á lo pasado sirva de olvido, y
en las que el estado, abrasado por las guerras civiles, renazca, por
decirlo asi, de sus cenizas y recobre el vigor de la juventud al salir de
los brazos de la muerte. Tal se mostró Esparta en tiempo de Licurgo, tal
se mostró Roma despues de los Tarquinos, y tales han sido entre nosotros
la Holanda y la Suiza despues de la espulsion de los tiranos.
Pero estos acontecimientos son raros; son escepciones cuya razon se
encuentra siempre en la constitucion particular del estado esceptuado. Ni
pueden suceder dos veces para el mismo pueblo; pues este bien puede
hacerse [59] libre mientras no es sino bárbaro, pero ya no lo puede cuando
el resorte civil se ha gastado. En este caso los desórdenes pueden
destruirle, sin que las revoluciones puedan regenerarle, y tan pronto como
se rompen sus cadenas, se desquicia y deja de existir: necesita desde
entonces un señor, no un libertador. Pueblos libres, acordaos de esta
máxima: la libertad puede adquirirse, pero no recobrarse.
La juventud no es lo mismo que la niñez. Tienen las naciones, del
mismo modo que los hombres, un tiempo de juventud, ó si asi se quiere, de
madurez, que es necesario aguardar antes de sujetarlos á las leyes: pero
no siempre es fácil conocer la madurez de un pueblo; y si uno se anticipa

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