Página 2 de 137
todos los pueblos que paréceme poseer las mayores ventajas y haber
prevenido mejor los abusos.
Si hubiera tenido que escoger el lugar de mi nacimiento, habría
elegido una sociedad de una grandeza limitada por la extensión de las
facultades humanas, es decir, por la posibilidad de ser bien gobernada, y
en la cual, bastándose cada cual a sí mismo, nadie hubiera sido obligado a
confiar a los demás las funciones de que hubiese sido encargado; un Estado
en que, conociéndose entre sí todos los particulares, ni las obscuras
maniobras del vicio ni la modestia de la virtud hubieran podido escapar a
las miradas y al juicio del público, y donde el dulce hábito de verse y de
tratarse hiciera del amor a la patria, más bien que el amor a la tierra,
el amor a los ciudadanos.
Hubiera querido nacer en un país en el cual el soberano y el pueblo
no tuviesen más que un solo y único interés, a fin de que los movimientos
de la máquina se encaminaran siempre al bien común, y como esto no podría
suceder sino en el caso de que el pueblo y el soberano fuesen una misma
persona, dedúcese que yo habría querido nacer bajo un gobierno democrático
sabiamente moderado.
Hubiera querido vivir y morir libre, es decir, de tal manera sometido
a las leyes, que ni yo ni nadie hubiese podido sacudir el honroso yugo,
ese yugo suave y benéfico que las más altivas cabezas llevan tanto más
dócilmente cuanto que están hechas para no soportar otro alguno.
Hubiera, pues, querido que nadie en el Estado pudiese pretender
hallarse por encima de la ley, y que nadie desde fuera pudiera imponer al
Estado su reconocimiento; porque, cualquiera que sea la constitución de un
gobierno, si se encuentra un solo hombre que no esté sometido a la ley,
todos los demás hállanse necesariamente a su merced (1); y si hay un jefe
nacional y otro extranjero, cualquiera que sea la división que hagan de su