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adelantado de todos los conocimientos humanos (3)
, y me atrevo a decir que la inscripción del templo de Delfos contenía por
sí sola un precepto más importante y más difícil que todos los gruesos
volúmenes de los moralistas. Así, considero el asunto de este DISCURSO (4)
como una de las cuestiones más interesantes que la Filosofía pueda
proponer a la meditación, y, desgraciadamente para nosotros, como uno de
los problemas más espinosos que hayan de resolver los filósofos; porque
¿cómo conocer el origen de la desigualdad entre los hombres si no se
empieza por conocer a los hombres mismos? ¿Y cómo podrá llegar el hombre a
verse tal como lo ha formado la naturaleza, a través de todos los cambios
que la sucesión de los tiempos y de las cosas ha debido producir en su
constitución original, y a distinguir lo que tiene de su propio fondo de
lo que las circunstancias y sus progresos han cambiado o añadido a su
estado primitivo? Semejante a la estatua de Glaucos, que el tiempo, el mar
y las tempestades habían desfigurado de tal modo que menos se parecía a un
dios que a una bestia salvaje, el alma humana, modificada en el seno de la
sociedad por mil causas que renacen sin cesar, por la adquisición de una
multitud de conocimientos y de errores, por las transformaciones ocurridas
en la constitución de los cuerpos y por el continuo choque de las
pasiones, ha cambiado, por así decir, de apariencia, hasta el punto de que
apenas puede ser reconocida, y no se encuentra ya, en lugar de un ser
obrando siempre conforme a principios ciertos e invariables, en lugar de
la celestial y majestuosa simplicidad de que su Autor la había dotado,
sino el disforme contraste de la pasión que cree razonar y del
entendimiento en delirio.
Pero lo más cruel aún es que todos los progresos de la especie humana
le alejan sin cesar del estado primitivo; cuantos más conocimientos nuevos