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Acostumbrados desde la infancia a la intemperie del tiempo y al rigor
de las estaciones, ejercitados en la fatiga y forzados a defender desnudos
y sin armas su vida y su presa contra las bestias feroces, o a escapar de
ellas corriendo, fórmanse los hombres un temperamento robusto y casi
inalterable; los hijos, viniendo al mundo con la excelente constitución de
sus padres y fortificándola con los mismos ejercicios que la han
producido, adquieren de ese modo todo el vigor de que es capaz la especie
humana. La naturaleza procede con ellos precisamente como la ley de
Esparta con los hijos de los ciudadanos (10): hace fuertes y robustos a
los bien constituidos y deja perecer a todos los demás, a diferencia de
nuestras sociedades, donde, el Estado, haciendo que los hijos sean
onerosos a los padres, los mata indistintamente antes de su nacimiento.
Siendo el cuerpo del hombre salvaje el único instrumento de él
conocido, lo emplea en usos diversos, de que son incapaces los nuestros
por falta de ejercicio, y es nuestra industria la que nos arrebata la
agilidad y la fuerza que la necesidad lo obliga a adquirir. Si hubiera
tenido hacha, ¿habría roto con el puño tan fuertes ramas? Si hubiese
tenido honda, ¿lanzaría a brazo con tanta fuerza las piedras? Si hubiera
tenido escalera, ¿treparía con tanta ligereza por los árboles? Si hubiese
tenido caballos ¿sería tan rápido en la carrera? Dad al hombre civilizado
el tiempo preciso para reunir todas esas máquinas a su derredor: no cabe
duda que superará fácilmente al hombre salvaje. Mas si queréis ver un
combate aún más desigual, ponedlos desnudos y desarmados frente a frente,
y bien pronto reconoceréis cuáles son las ventajas de tener continuamente
a su disposición todas sus fuerzas, de estar siempre preparado para
cualquier contingencia y de conducirse siempre consigo, por así decir,
todo entero (11).
Hobbes pretende que el hombre es naturalmente intrépido y ama sólo el