Sueños de un paseante solitario (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

Página 2 de 97


Durante largo tiempo me he batido tan violenta como inútilmente. Sin pericia, sin arte, sin disimulo, sin prudencia, franco, abierto, impaciente, arrebatado, no he hecho batiéndome sino envolverme más y darles incesantemente nuevos asideros que se han cuidado mucho de despreciar. Sintiendo que todos mis esfuerzos eran inútiles y que estaba atormentándome para nada, he tomado la única decisión que me quedaba por tomar, la de someterme a mi destino sin forcejear más contra la necesidad. En esta resignación he hallado el resarcimiento a todos mis males por la tranquilidad que me procura y que no podía combinarse con el trabajo continuo de una resistencia tan penosa como infructífera.
Otra cosa ha contribuido a esta tranquilidad. De todos los refinamientos de su odio mis perseguidores han omitido uno que su animosidad les ha hecho olvidar; y ha sido el de graduar sus efectos tan bien que les permitiera mantener y renovar mis sufrimientos sin cesar produciéndome siempre algún nuevo perjuicio. Si hubieran tenido la pericia de dejarme un rayo de esperanza, aún me tendrían sujeto por ahí. Incluso podrían hacer de mí su juguete mediante un falso señuelo y lacerarme a continuación con un tormento siempre nuevo por mi decepcionada espera. Pero han agotado de antemano todos sus recursos; al no dejarme nada, se han quitado todo a ellos mismos. La difamación, la degradación, la derrisión, el oprobio de
Librodo

que me han cubierto no son más susceptibles de aumento que de disminución; somos por igual incapaces, ellos para agravarlos y yo para evitármelos. Tanto se han apresurado para colmar la medida de mi miseria que ni todo el poder humano, asistido de todas las astucias del infierno, podría añadir nada más. El mismísimo dolor físico distraería mis penas en vez de aumentarlas. Puede que al arrancarme gritos, me ahorrara gemidos, y los desgarros de mi cuerpo suspenderían los de mi corazón.
¿Qué más he de temer de ellos si todo está consumado? al no poder ya empeorar mi estado, no podrán inspirarme ya alarma. Son la inquietud y el espanto males de los que me han librado para siempre; nunca deja de ser un alivio. Poco me hacen los males reales; admito fácilmente los que padezco, pero no los que temo. Mi imaginación espantadiza los combina, los resuelve, los dilata y los aumenta. Su acechanza me atormenta cien veces más que su presencia, y el amago se me hace más terrible que el golpe.

Página 2 de 97
 

Paginas:
Grupo de Paginas:       

Compartir:




Diccionario: