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Un solo hombre que se hubiera negado a ser cómplice, un solo acontecimiento que le hubiera sido contrario, una sola circunstancia que le hubiera obstaculizado, hubiera bastado para dar al traste con él. Pero todas las voluntades, todas las fatalidades, la fortuna y todas las revoluciones han consolidado la obra de los hombres, y un concurso tan sorprendente que parece prodigio no puede dejarme dudar de que su pleno éxito está escrito en los decretos eternos. Multitud de observaciones particulares, ora en el pasado, ora en el presente, me confirman de tal modo en esta opinión que no puedo impedirme considerar en adelante como uno de los secretos del cielo, impenetrables para la razón humana, la misma obra que hasta ahora había contemplado como un fruto de la maldad de los hombres.
Lejos de serme cruel y desgarradora, esta idea me consuela, me tranquiliza y me ayuda a resignarme. No voy tan lejos como san Agustín, que se habría consolado de ser condenado si tal hubiera sido la voluntad de Dios. Mi resignación proviene de una fuente menos desinteresada, es verdad, pero no menos pura y más digna a grado mío del Ser perfecto que adoro. Dios es justo; quiere que yo sufra; y sabe que soy inocente. Ese es el motivo de mi confianza; mi corazón y mi razón me gritan que aquélla no me engañará. Dejemos, pues, hacer a los hombres y al destino; aprendamos a sufrir sin rechistar; al final, todo debe entrar en el orden, y tarde o temprano me tocará a mí.
TERCER PASE
Me hago viejo aprendiendo siempre Solón repetía a menudo este verso en su vejez. Tiene un sentido en que yo podría decirlo también en la mía; pero desde hace veinte años la experiencia me ha hecho adquirir una ciencia bien triste y es que es preferible aún la ignorancia. Indudablemente, la adversidad es un gran maestro, pero hay que pagar caro sus lecciones y el provecho que se saca de ellas no vale con frecuencia el precio que han costado. Además, antes de haber obtenido todo este aprendizaje con tan tardías lecciones, se pasa el punto de servirse de él. La juventud es el tiempo de estudiar la sabiduría; la vejez es el tiempo de practicarla. La experiencia siempre instruye, lo confieso; pero no trae cuenta sino para el
Librodo
espacio que uno tiene ante sí.