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¿Soy, entonces, el único sabio, el único esclarecido entre los mortales? ¿Basta que me convengan para creer que las cosas son así? Puedo asumir una confianza aclarada en apariencias que no tienen nada de sólido a los ojos del resto de los hombres y que a mí mismo me parecerían incluso ilusorias si mi corazón no sostuviera a mi razón? ¿o habría valido más combatir a mis perseguidores con armas iguales, adoptando sus máximas, que quedarme en las quimeras de las mías como blanco de sus acometidas sin accionar para rechazarlo? Me creo sabio y no soy más que un incauto, víctima y mártir de un vano error.
¡Cuántas veces estuve a punto de abandonarme a la desesperación en esos momentos de duda e incertidumbre! Si alguna vez hubiera llegado a pasar un mes entero en tal estado, habría sido a costa de mi vida y de mí. Pero estas crisis, si bien asaz frecuentes otrora, siempre han sido cortas, y ahora que todavía no me he librado por completo de ellas son tan raras y tan rápidas que carecen hasta de: la fuerza para turbar mi reposo. Son leves inquietudes que afectan a mi alma no más de lo que una pluma que cae en el río puede alterar el curso del agua. He notado que volver a someter a deliberación los mismos puntos sobre los que anteriormente me había declarado, era suponerme nuevas luces o el juicio más formado o más celo por la verdad del que tenía a la sazón en mis búsquedas, que no siendo ni pudiendo ser el mío ninguno de estos casos, no podía preferir por ninguna razón sólida unas opiniones que, en el colmo de la desesperación, no me tentaban sino para aumentar más mi miseria, a sentimientos adoptados en el vigor de la edad, en toda la madurez. del espíritu, después del más concienzudo examen y en unos tiempos en que la calma de mi vida no me dejaba otro interés dominante que el de conocer la verdad. Hoy que mi corazón está opreso de congoja, debilitada mi alma por los enojos, amedrentada mi imaginación, perturbada mi cabeza por tantos horrendos misterios de que estoy rodeado, hoy que todas mis facultades, debilitadas por la vejez y las angustias, han perdido toda su energía, ¿iba a privarme sin motivo de todos los recursos que me había ido reservando y otorgar más confianza a mi razón declinante, para hacerme injustamente desdichado, que a mi razón plena y vigorosa, para resarcirme de los males que padezco sin haberlos merecido? No, no soy ni más sabio, ni estoy mejor instruido ni tengo mejor fe que cuando me declaré sobre tales grandes cuestiones, no ignoraba entonces las dificultades que dejo que hoy me turben; no me detuvieron, y si se presentan al caso algunas nuevas que uno no había advertido aún, son los sofismas de una metafísica sutil que no podrían hacer vacilar las verdades eternas admitidas en todos los tiempos, por todos los sabios, reconocidas por todas las naciones y grabadas en el corazón humano con caracteres imborrables.