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Al meditar sobre tales materias, sabía que el entendimiento humano, circunscrito por los sentidos, no podía abarcarlas en toda su extensión. Conque me atuve a lo que estaba a mi alcance sin meterme en lo que lo sobrepasaba. Esta actitud era razonable, la abracé en otro tiempo y allí me tuve con el consentimiento de mi corazón y de mi razón. ¿Con qué fundamento renunciaría a ella hoy día que tantos poderosos motivos me deben ligar a la misma? ¿Qué peligro veo en seguirla? ¿Qué provecho sacaría abandonándola? ¿Asumiría también la moral de mis perseguidores al adoptar su doctrina? Esa moral sin raíz y sin fruto
Librodo
que pomposamente exponen en libros o en cualquier deslumbrante acción en el teatro, sin que nunca nada de ella penetre en el corazón ni en la razón, o bien esa otra moral secreta y cruel, doctrina interior de todos sus iniciados, a la que la otra no sirve sino de máscara, que siguen sólo en su conducta y que tan hábilmente han practicado conmigo. Esa moral puramente ofensiva no sirve en absoluto para la defensa y sólo es buena para la agresión. ¿De qué me serviría en el estado a que me han reducido? Mi sola inocencia me sostiene en los infortunios, y ¿cuánto más desgraciado me haría aún si, privándome de este único, pero poderoso recurso, los sustituyera por la maldad? ¿Les alcanzaría en el arte de hacer daño, y, cuando lo lograra, de qué mal me aliviaría el que yo les pudiera hacer? Perdería mi propia estima y no ganaría nada a cambio.
Así es como, razonando conmigo mismo, conseguí no dejarme socavar más en mis principios con argumentos capciosos, con objeciones insolubles y con dificultades que sobrepasaban mi capacidad y quizás la del espíritu humano. El mío, quedándose en el más sólido asentamiento que había podido darle, se acostumbró tan bien a descansar allí al abrigo de mi conciencia que ninguna doctrina extraña, antigua o nueva, puede ya conmoverlo ni turbar por un instante mi reposo. Caído en la languidez y la agonía de espíritu, he olvidado hasta los razonamientos en los que basaba mi creencia y mis máximas, pero jamás olvidaré las conclusiones que de ellos saqué con la aprobación de mi conciencia y de mi razón, y en adelante me mantengo en ellas. Que vengan todos los filósofos a ergotizar en contra: perderán su tiempo y sus esfuerzos.