Sueños de un paseante solitario (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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En todo estado de cosas, me atengo para el resto de mi vida a la actitud que tomé cuando estaba en mejor condición para elegir bien.
Templado en tales disposiciones, encuentro en ellas, con el propio contentamiento, la esperanza y los consuelos de que he menester en mi situación. No es posible que una soledad tan completa, tan permanente, tan triste en sí misma, que la animosidad siempre sensible y siempre activa de la generación presente, que las indignidades con que me agobia sin cesar no me suman algunas veces en el abatimiento; la esperanza socavada, las dudas descora­zonadoras vuelven aún de vez en cuando a turbar mi alma v a llenarla de tristeza. Es entonces cuando, incapaz para las operaciones del espíritu necesarias para tranquilizarme yo mismo, preciso acordarme de mis antiguas resoluciones; los cuidados, la atención, la sinceridad de corazón que puse al adoptarlas, vuelven entonces a mi recuerdo y me devuelven toda la confianza. Me resisto así ante cualquier nueva idea igual que ante errores funestos que sólo tienen una falsa apariencia y que no sirven más que para turbar mi reposo.
Así pues, retenido en la estrecha esfera de mis antiguos conocimientos, no tengo, como Solón, la dicha de poder instruirme cada día al envejecer, y debo preservarme del peligroso orgullo de querer aprender lo que desde ahora no estoy en condiciones de saber bien. Mas si me quedan pocas adquisiciones que esperar del lado de las luces útiles, me quedan otras muy importantes que hacer del lacio de las virtudes necesarias a mi estado. Sería entonces el momento de enriquecer y ornar mi alma con una adquisición que pueda llevarse consigo cuando, liberada de este cuerpo que la ofusca y la ciega, y viendo la verdad sin velo, perciba la miseria de todos estos conocimientos de que tan huecos están nuestros falsos sabios. Llorará los momentos perdidos en esta vida en querer adquirirlos. Pero la paciencia, la dulzura, la resignación, la integridad, la justicia imparcial constituyen un bien que uno se lleva consigo y del que puede uno enriquecerse sin cesar, sin temor a que la misma nos lo desprecie. A este único y útil estudio consagro el resto de mi vejez. Dichoso si con mis progresos sobre mí mismo aprendo a salir de la vida, no mejor, pues ello no es posible, sino más virtuoso de lo que entré en ella.

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