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El que tales distinciones se hallen o no en los libros, no quita que se hagan en el corazón de todo hombre de buena fe consigo mismo, que no quiere permitir nada que su conciencia pueda reprocharle. Porque decir una cosa falsa para propia ventaja no es mentir menos que decirla en menoscabo ajeno, aunque la mentira sea menos criminal. Dar ventaja a quien no debe tenerla es turbar el orden y la justicia; atribuir falsamente a sí mismo o a otro un acto del que puede resultar elogio o reprobación, inculpación o disculpa, es hacer algo injusto; pues todo lo que, siendo contrario a la verdad, no interesa en suerte alguna a la justicia, sólo es ficción, y confieso que quienquiera que se reproche una mera ficción como una mentira tiene la conciencia más delicada que yo.
Lo que se llaman mentiras oficiosas son verdaderas mentiras, porque imponerlas, ya sea para ventaja ajena o para la propia, no es menos injusto que imponerlas en su detrimento. Quien elogia o reprocha en contra de la verdad, miente, desde el momento en que se trata de una persona real. Si se trata de un ser imaginario, puede decir de él cuanto quiera sin mentir, a menos que juzgue la moralidad de los hechos que inventa y juzgue falsamente; porque si entonces no miente en el hecho, miente contra la verdad moral, cien veces más respetable que la de los hechos.
He visto a gentes de esas que llaman en el mundo veraces. Toda su veracidad se agota en conversaciones ociosas citando fielmente los lugares, los tiempos, las personas, no permitiéndose ficción alguna, ni arreglando ninguna circunstancia ni exagerando nada. En todo aquello que no afecta a su interés, son de la más inviolable fidelidad en sus narraciones. Pero en caso de tratar algún asunto que les afecta, de narrar algún hecho que les toca de cerca, todos los colores son empleados para presentar las cosas bajo la luz que más favorable les es; y si la mentira les es útil y ellos mismos se abstienen de decirla, la favorecen con maña y hace
Librodo
de suerte que se la prohíbe sin que se les pueda imputar. Así lo quiere la prudencia: adiós a la veracidad.
El hombre al que yo llamo verdadero hace todo lo contrario. En cosas perfectamente indiferentes, la verdad que el otro a la sazón respeta tantísimo le afecta muy poco, y apenas tendrá escrúpulo en divertir a una compañía con hechos inventados de los que no se sigue ningún juicio injusto ni a favor ni en contra de quienquiera que sea vivo o muerto.