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Se esperaba esta negativa, incluso se la provocaba para gozar del placer de haberme hecho mentir. No era yo tan bobo como para no notar aquello. Dos minutos después me vino por sí sola la respuesta que hubiera debido dar. Esa es una pregunta poco discreta de parte de una joven a un hombre que ha envejecido célibe. Hablando así, sin mentir, sin tener que enrojecer por ninguna declaración, ponía a quienes reían de mi parte, y le daba una pequeña lección que naturalmente debía volverla algo menos impertinente al preguntarme. No hice nada de todo aquello, no dije lo que había que decir, dije lo que no era menester y
Librodo
que de nada podía servirme. Es cierto, por lo tanto, que ni mi juicio ni mi voluntad dictaron mi respuesta y que fue el efecto maquinal de mi apuro. Antaño no tenía estos apuros y confesaba mis faltas con más franqueza que vergüenza, porque no dudaba de que se vería lo que las redimía y que yo sentía en mi interior; pero el ojo de la malignidad me aflige y me desconcierta; al hacerme más desdichado me ha vuelto más tímido y nunca he mentido sino por timidez.
Nunca he sentido tanto mi aversión natural a la mentira como al escribir mis Confesiones, porque las tentaciones habrían sido a la sazón frecuentes y fuertes a poco que mi inclinación me hubiera llevado por ese lado. Pero en vez dé haber callado algo, de haber disimulado algo que fuera de mi incumbencia, por un giro del espíritu que me cuesta explicarme y que proviene quizás de un alejamiento de toda imitación, me sentía más bien propenso a mentir en el sentido contrario, acusándome más con severidad excesiva que excusándome con excesiva indulgencia, y mi conciencia me asegura que un día seré juzgado menos severamente de lo que me he juzgado a mí mismo. Sí, lo digo y lo siento con una orgullosa elevación de espíritu, en este escrito he llevado la buena fe, la veracidad, la franqueza tan lejos, más lejos incluso -así lo creo al menos- de lo que jamás lo hizo ningún otro hombre: sintiendo que el bien sobrepasa al mal, tenía interés en decirlo todo, y lo he dicho.
Nunca he dicho de menos, he dicho de más algunas veces, no en los hechos, sino en las circunstancias, y esta especie de mentira fue más el efecto del delirio de la imaginación que un acto de la voluntad.