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Pero lo que me hace más inexcusable es el lema que yo había elegido. Este lema me obligaba más que a cualquier otro hombre a una profesión más estricta de la verdad, y no bastaba con que le sacrificase en todo mi interés y mis inclinaciones; era preciso sacrificarle también mi debilidad y mi natural tímido. 1 -había que tener el valor y la fuerza de ser sincero siempre en cualquier ocasión, y de que no saliera nunca ni ficción ni fábula de una boca y una pluma que se habían consagrado particularmente a la verdad. Eso es lo que habría debido decirme al adoptar ese altivo lema, y repetírmelo sin cesar mientras osara llevarlo. Jamás la falsedad dictó mis mentiras, todas provinieron de la debilidad, pero ello me excusa muy mal. Con un alma débil todo lo más puede uno preservase del vicio, pero atreverse a profesar grandes virtudes es ser arrogante y temerario.
Hasta aquí unas reflexiones que probablemente nunca me hubieran venido a la mente si el abate Rosier no me las hubiera sugerido. Es muy tarde ya, sin duda, para hacer uso de ellas; pero no es demasiado tarde para, por lo menos, corregir mi error y volver a poner mi voluntad en regla, pues esto es cuanto desde ahora depende de mí. Conque en esto y en cualesquiera cosas similares la máxima de Solón es aplicable a todas las edades, y nunca es demasiado tarde para aprender, incluso de los enemigos, y a ser prudente, sincero, modesto y a presumir menos de uno mismo.
QUINTO PASE
De todas las moradas donde he vivido (y las he tenido encantadoras), ninguna me ha hecho tan auténticamente feliz ni me ha dejado tan tiernas remembranzas como la isla de Saint-Pierre, en medio del lago de Bienne. Esta pequeña isla que en Neuchátel llaman la isla de La Motte es muy poco conocida, incluso en Suiza. Ningún viajero, que yo sepa, la menciona. Sin embargo, es muy agradable y está singularmente situada para la dicha de un hombre que guste de circunscribirse; porque aunque sea quizás el único en el mundo a quien su destino se lo ha decretado, no puedo creer que sea el único con un gusto tan natural, aunque no lo haya encontrado hasta ahora en nadie más.
Las orillas del lago de Bienne son más salvajes y románticas que las del lago de Ginebra, porque las rocas y los bosques bordean el agua de más cerca; pero no son menos risueñas.