Las confesiones (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

Página 29 de 612

Creo firmemente que este horror a robar dinero y a lo que podía valerlo, procedía en gran parte de mi educación, porque en él iban envueltas vagas ideas de infamia, de privación, de tormentos y del patíbulo, que a tener semejante tentación me habrían horrorizado; mientras que mis maldades me parecían travesuras y no eran otra cosa ciertamente. Todas ellas no merecían más que una buena paliza de mi amo y a ello me atenía desde luego.
Pero, lo repito, no codiciaba lo bastante para tener que contenerme; no sentía en mí necesidad de dominarme; no tenía necesidad de luchar conmigo mismo para refrenar mi codicia. Un solo pliego de papel, bueno para dibujar, me tentaba más que el dinero para comprar una resma. Esta rareza es debida a una singularidad de mi carácter, que ha influido tanto en mi conducta, que no puedo por menos de explicarla.
Son tan vehementes mis pasiones, que mientras estoy dominado por ellas, mi impetuosidad no tiene límites: no tengo miramientos, respeto, temor ni decoro. Me vuelvo cínico, atrevido, violento, intrépido. No hay escrúpulo que me detenga ni peligro que me espante. Fuera del objeto que me preocupa, para mí no existe el mundo. Pero esto es sólo en el momento; después, caigo inmediatamente anonadado.
En los períodos de calma soy la indolencia y la timidez mismas. Todo me arredra, me desanima. El vuelo de una mosca me asusta. Alarma mi pereza tener que hacer un gesto o decir una palabra. El temor y la vergüenza me dominan basta el extremo de que quisiera hacerme invisible a todo el mundo. Si conviene obrar, no sé qué hacer; si hablar, no sé qué decir; si me miran, me turbo. Apasionado, doy a veces con lo que debo decir, pero, en la conversación ordinaria, no encuentro absolutamente nada que decir; me es insoportable por el mero techo de que me obliga a hablar.
Añádase a esto que ninguno de mis gustos puede satisfacerse con dinero. Necesito goces puros, y el oro los envenena todos. Por ejemplo: me gustan los placeres de la mesa: pero no pudiendo sufrir las molestias de la etiqueta, ni la crápula de las tabernas, no puedo disfrutarlos sino con un amigo, porque solo, me es imposible. En este caso mi imaginación se ocupa en otras cosas y no hallo ningún goce en el comer. Si el ardor de la sangre me excita a los placeres sensuales, mi corazón conmovido exige también amor.

Página 29 de 612
 

Paginas:
Grupo de Paginas:                             

Compartir:




Diccionario: