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El patán que comía por nosotros, obligado a hacer un alto para dar descanso a sus mandíbulas, emitió un pensamiento que dijo inspirado por el cielo y que, a juzgar por sus consecuencias, debió venir del lado opuesto: consistía en que fuese yo a Turín, donde hallaría, en un hospicio establecido para la instrucción de los catecúmenos, el alimento del cuerpo y del espíritu hasta tanto que, admitido en el seno de la Iglesia, encontrase almas caritativas que me proporcionasen una colocación conveniente. "En cuanto a los gastos del viaje, prosiguió nuestro hombre, su eminencia monseñor el obispo no dejará de proveer caritativamente, si la señora le propone tan santa obra; y la señora baronesa, añadió inclinándose sobre los platos, se apresurará también a contribuir seguramente".
Todas esas caridades las encontraba yo muy duras; tenía el corazón oprimido, no decía nada, y la señora de Warens, sin acoger este proyecto con tanto calor como fué expuesto, se contentó con responder que cada cual debía contribuir al bien según sus facultades, y que hablaría a monseñor; pero aquel hombre endemoniado, que tenía algún interés en el asunto, temiendo que ella no lo tomase con empeño, corrió a prevenir a los limosneros, y embaucó tan bien a aquellos buenos clérigos, que, al ir a ver al obispo, la señora de Warens, que temía por mí aquel viaje, todo lo encontró arreglado; de suerte que recibió de él desde luego el dinero destinado para mi pequeño viático. Ella no se atrevió a insistir para que me quedase; me iba acercando a una edad en que una mujer como ella no podía retenerme cerca de sí por decoro.
Así dispuesto mi viaje por las personas que por mí se interesaban, fué necesario someterme, y lo hice sin gran repugnancia. Aunque Turín estaba más lejos de allí que Ginebra, pensé que, siendo la capital, tendría con Annecy más relaciones que una ciudad extranjera y de otra religión; además, yéndome para obedecer a la señora de Warens, me consideraba bajo su dirección, y esto era más aun que vivir a su lado. En fin, la idea de un viaje, de un gran viaje, halagaba mi espíritu ambulante que ya empezaba a declararse. Parecíame muy bello a mi edad atravesar los montes y elevarme sobre mis camaradas desde tod4 la altura de los Alpes. Visitar un país es un incentivo a que no hay ginebrino capaz de resistir; di, por tanto, mi consentimiento.