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Pero ¿cómo conocer la voluntad general -se me dirá-cuando no ha sido explicitada? ¿Habrá que reunir a toda la nación ante cualquier acontecimiento imprevisto? Dicha reunión hará menos falta cuanto más seguro esté el gobierno de que su decisión expresa la voluntad general; también es innecesaria en tanto que es un medio impracticable en un gran pueblo y rara vez se necesita cuando el gobierno es bienintencionado, pues los jefes saben de sobra que la voluntad general está siempre a favor del partido que más defiende el interés público, es decir, el más equitativo, de suerte que basta con ser justo para tener la certeza de cumplir la voluntad general. Cuando se le contradice demasiado abiertamente, la voluntad general se hace notar a pesar del terrible freno de la autoridad pública. Buscaré lo más cerca posible los ejemplos a seguir en un caso semejante. En China, el príncipe sigue siempre la máxima de quitarle la razón a sus oficiales cuando surge un altercado entre ellos y el pueblo.
Que en tal provincia se encarece el pan: el intendente va a la cárcel; que en tal otra hay una sedición, el gobernador es cesado y los mandarines responden con sus cabezas a todo mal que ocurra en su jurisdicción. No se examina de inmediato el caso en un proceso regular, pues una larga experiencia enseña que se prevenga el juicio de este modo. Raramente hay una injusticia que reponer por esta causa, y el emperador, persuadido de que el clamor público jamás se eleva sin razón, sabe descubrir, entre los gritos sediciosos, que castiga, las justas demandas, que son atendidas.
Ya es mucho lograr que reine la paz y la justicia en toda la república; también lo es que el Estado permanezca en calma y la ley sea respetada; pero si nada más se consigue, todo ello será más apariencia que realidad y al gobierno le será difícil hacerse obedecer si se preocupa sólo por la obediencia. Si bueno es saber emplear a los hombres tal como son, mejor aún es tomarlos tal y como se necesita que sean. La autoridad más absoluta es aquella que penetra hasta el interior del hombre y no se ejerce menos sobre la voluntad que sobre las acciones. Cierto es que, a la larga, los pueblos son como los hacen los gobiernos. Sus miembros pueden ser guerreros, ciudadanos u hombres cuando el gobierno lo quiera; o bien, populacho y canalla cuando le plazca, y todo príncipe que desprecie a sus súbditos se deshonra a sí mismo al mostrar que no ha sido capaz de hacerlos estimables.