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Añádese a esto que toda fortuna se hace en un sitio y se consume en otro, lo cual acaba rompiendo el equilibrio entre producto y consumo y empobreciendo a muchos países para enriquecer a una sola ciudad.
Hay otra causa del aumento de las necesidades públicas que tiene que ver con la anterior. Puede llegar un tiempo en que los ciudadanos, ya sin interés por la causa común, dejen de ser los defensores de la patria y los magistrados prefieran mandar a mercenarios antes que a hombres libres, aunque no fuese más que para someter mejor a los otros. Así ocurrió en Roma hacia finales de la República y durante el Imperio, pues todas las victorias de los primeros romanos, al igual que las de Alejandro, fueron hazañas de valientes ciudadanos que, si era preciso, sabían dar su sangre por la patria pero jamás llegaron a venderla. Mario fue el primero que, en la guerra de Yugurta, deshonró a las legiones incorporando a libertos, vagabundos y mercenarios. Convertidos en enemigos de los pueblos en cuya felicidad se empeñaran, los tiranos formaron tropas en apariencia para contener al extranjero y de hecho para oprimir al habitante. Para crear tales tropas, hubo que quitarle cultivadores a la tierra y por esa ausencia disminuyó la calidad de los productos agrícolas, para cuyo mantenimiento se crearon impuestos que aumentaron su precio. Este primer desorden provocó la protesta del pueblo; para reprimirla hubo que aumentar las tropas y la consecuencia fue la miseria. Cuanto más aumentaba la desesperación, más forzoso aún era incrementarla a fin de prevenir sus efectos. Por otro lado, esos mercenarios, cuya estima podía medirse por el precio por el que ellos mismos se vendían, orgullosos de su vileza y con desprecio de las leyes que les protegían y de los hermanos a los que quitaban el pan, se creyeron más honrados por ser satélites del César que defensores de Roma. Entregados a una obediencia ciega, creían que el Estado era el puñal alzado sobre sus conciudadanos y estaban dispuestos a degollara la primera señal. No sería difícil demostrar que esta fue una de las principales causas de lamina del imperio romano.
En nuestros días, la invención de la artillería y las fortificaciones ha obligado a los soberanos europeos a restablecer el uso de tropas regulares para proteger las plazas, pero, aunque con motivos más legítimos, es de temer que su efecto será igualmente nefasto.