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Sólo un verdadero hombre de Estado puede fijar la base tributaria del impuesto con la mirada puesta más allá del objeto de las finanzas, transformar las cargas onerosas en útiles reglamentos de administración y hacerle dudar al pueblo de si tales instituciones no tienen por finalidad el bien de la nación antes que el producto de las tasas.
Los impuestos sobre la importación de las mercancías extranjeras que quieren los habitantes pero que el país no necesita; sobre la exportación de las del propio país cuando no las posee en abundancia, y sin las cuales no pueden pasar los extranjeros; sobre las producciones de artes inútiles y en exceso lucrativas; sobre las entradas en las ciudades de las cosas de puro agrado y en general, sobre todos los objetos de lujo, cumplen ese doble objetivo. Tales impuestos, que alivian la pobreza e incrementan la riqueza, son los que contribuyen a prevenir el aumento continuo de la desigualdad de fortunas, la opresión por los ricos de una multitud de obreros y de servidores inútiles, la multiplicación de gentes ociosas en las ciudades y la deserción de los campos.
Entre el precio de las cosas y los derechos que las gravan, hay que establecer una proporción tal que la avidez de los particulares no induzca demasiado al fraude a causa de la magnitud de los beneficios. Asimismo, hay que prevenir la facilidad del contrabando, dando preferencia a las mercancías menos fáciles de esconder. Conviene en fin que el impuesto sea pagado por aquel que emplea la cosa tasada y no por quien la vende, pues a éste, la cantidad de derechos con los que se vería gravado le causaría más tentaciones y medios para defraudarlos. Esto es costumbre desde siempre en la China, el país con los impuestos más fuertes y mejor pagados del mundo. Allí el comerciante no paga nada, tan sólo el comprador paga los derechos, sin levantar por ello conspiraciones ni sediciones, ya que los productos necesarios para la vida, como el atroz o el trigo, están totalmente libres de impuestos, el pueblo no está en absoluto oprimido y el impuesto sólo afecta a gentes acomodadas. Por lo demás, todas esas precauciones deben ser dictadas, más que por temor al contrabando, por el cuidado que el gobierno ha de poner en guardar a los productores de la tentación de ilegítimos beneficios que, tras convertirlos en malos ciudadanos, los tornarán bien pronto en gentes deshonestas.