Discurso sobre economía política (Jean Jacques Rousseau) Libros Clásicos

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Establézcanse fuertes tasas por la servidumbre, espejos, arañas y muebles, sobre los tejidos y dorados, patios y jardines de mansiones, espectáculos de toda especie, profesiones ociosas, como faranduleros, cantores, histriones; en una palabra, sobre todos aquellos objetos de lujo, diversión y ociosidad que a todos maravillan y que no pueden ocultarse por cuanto su único uso es mostrarse y serían inútiles si no se vieran. No hay que temer que tales impuestos vayan
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a ser arbitrarios por recaer sobre cosas que no son de absoluta necesidad: es desconocer a los hombres el creer que tras haberse dejado seducir por el lujo podrán renunciar a él; antes renunciarán cien veces a lo necesario y preferirán morir de hambre que de vergüenza. El aumento del gasto será una nueva razón para mantenerlo cuando la vanidad de la opulencia saque beneficio del precio de la cosa y de los gastos de la tasa. Mientras haya ricos querrán distinguirse de los pobres y el Estado no podría obtener una renta menos onerosa ni más afianzada que sobre la base de tal distinción.
Por igual razón, la industria no tendría nada que temer de un orden económico que enriqueciera las Finanzas, reanimase la Agricultura aliviando al labrador, y acercase insensiblemente todas las fortunas a ese término medio que fundamenta la verdadera fuerza de un Estado. Podría ser, lo confieso, que los impuestos contribuyesen a hacer pasar rápidamente ciertas modas, pero sería tan sólo para sustituirlas por otras, con las que el obrero ganaría sin que el fisco tuviera nada que perder. En una palabra, supongamos que el espíritu del gobierno sea siempre el de establecer la base tributaria de todas las tasas según la riqueza superflua; ocurriría una de estas dos cosas: o los ricos renunciarían a sus gastos superfluos para no realizar más que gastos útiles, los cuales revertirían en beneficio del Estado, con lo que la evasión de los impuestos habría producido el efecto de las mejores leyes suntuarias, los gastos del Estado habrían disminuido por fuerza gracias al de los particulares y así el fisco recibiría lo mismo que hubiese desembolsado; o bien, si los ricos no disminuyen en absoluto sus profusiones, el fisco obtendría como producto del impuesto, los recursos
que buscaba para satisfacer las necesidades reales del Estado. En el primer caso, el fisco se enriquece mediante el gasto que se ahorra; en el segundo, se enriquece además mediante el gasto inútil de los particulares.

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