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Es decir, que el paisano necesita hacer dobles esfuerzos para darse a conocer; es una casa pública sin muestra; es preciso saber que existe para entrar en ella. Pero por un contraste singular el calavera-temerón, una vez militar, afecta no llevar el uniforme, viste de paisano, salvo el bigote; sin embargo, si se examina el modo suelto que tiene de llevar el frac o la levita, se puede decir que hasta este traje es uniforme en él. Falta la plata y el oro, pero queda el despejo y la marcialidad, y eso se trasluce siempre; no hay paño bastante negro ni tupido que le ahogue.
El calavera-temerón tiene indispensablemente, o ha tenido alguna temporada, una cerbatana, en la cual adquiere singular tino. Colocado en alguna tienda de la calle de la Montera, se parapeta detrás de dos o tres amigos, que fingen discurrir seriamente.
-Aquel viejo que viene allí. ¡Mírale que serio viene!
-Sí; al de la casaca verde, ¡va bueno!
-Dejad, dejad. ¡Pum! en el sombrero. Seguid hablando y no miréis.
Efectivamente, el sombrero del buen hombre produjo un sonido seco; el acometido se para, se quita el sombrero, lo examina.
-¡Ahora! -dice la turba.
-¡Pum! otra en la calva.
El viejo da un salto y echa una mano a la calva; mira a todas partes... nada.
-¡Está bueno! -dice por fin, poniéndose el sombrero-. Algún pillastre... bien podía irse a divertir...
-¡Pobre señor! -dice entonces el calavera, acercándosele-. ¿Le han dado a usted? Es una desvergüenza... pero ¿le han hecho a usted mal?...
-No, señor, felizmente.
-¿Quiere usted algo?
-Tantas gracias.
Después de haber dado gracias, el hombre se va alejando, volviendo poco a poco la cabeza a ver si descubría...pero entonces el calavera le asesta su último tiro, que acierta a darle en medio de las narices, y el hombre derrotado aprieta el paso, sin tratar ya de averiguar de dónde procede el fuego; ya no piensa más que en alejarse. Suéltase entonces la carcajada en el corrillo, y empiezan los comentarios sobre el viejo, sobre el sombrero, sobre la calva, sobre el frac verde. Nada causa más risa que la extrañeza y el enfado del pobre; sin embargo, nada más natural.