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Vestía un corto sayo pardo de montero, sujeto en el talle por un cinturón de vaqueta verde, prendido con un gran broche de latón; llevaba unos botines altos de paño del mismo color del sayo y atacados hasta la rodilla, un capacete adornado de plumas blancas, y pendía de su cintura un largo cuchillo de monte.
En el momento en que su conversación empezó a interesar a nuestra historia, decía el primero al segundo:
-¿Puedo yo saber, Ferrus, cómo habéis dejado un solo momento el lado del poderoso conde de Cangas y Tineo?...
-Pardiez, señor Vadillo, me gusta más ver al jabalí en la brasa que entre la maleza: sobre todo desde que uno de ellos me rompió el año pasado junto a Burgos un rico sayo de vellorí que me había regalado el conde mi amo. Desde que me convencí, colgado de un roble, de que no había mediado entre su colmillo y mi persona más espacio que el que separa mi ropa de mi cuerpo, juré a todos los santos del paraíso no volver a ponerme en el camino de ningún animal de esa especie. Son tan brutos, que así respetan ellos a un rimador favorito del pariente del rey como a un montero adocenado. ¿Y puedo yo hacer la misma pregunta al señor Fernán Pérez de Vadillo, primer escudero de su señoría?
-Os habéis hecho harto curioso y preguntón, Ferrus. Respondedme antes a otra pregunta, y después veré de responderos a la vuestra, si me place. ¿Habéis visto un palafrén que acaba de llegar de Madrid cubierto de polvo y devorando tierra no hace medio cuarto de hora? ¿Habéisle conocido?
-Es Hernando, criado del Doncel.
-¿Y a qué vino?
-No lo sé, aunque lo sospecho. Me parece que su amo estaba encargado por el conde de una comisión particular... El maestre de Calatrava estaba en los últimos...
-Cierto... acaso habrá terminado sus días...
-Tal vez...
-¿Y qué podría tener eso de común con la venida de Hernando?
-Mucho; me temo que don Enrique de Villena anda hace tiempo acechando un maestrazgo.
-¿Sabéis que es casado?
-¿Puedo ignorarlo, señor Fernán Pérez? Pero puedo asegurar a todo el que tenga interés en saberlo que don Enrique de Villena y su esposa doña María de Albornoz no son dos amantes.