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-¡Chitón!, Ferrus, no estamos solos -dijo alarmado el primer escudero echando una ojeada de desconfianza hacia el paraje donde daba vueltas todavía sobre la brasa el ciervo, impelido del brazo del infatigable repostero.
-Tenéis razón, señor escudero. Nunca me acuerdo de que no es esa gente el mejor consonante para mis trovas.
-¿Y qué queréis decir con la proposición que habéis aventurado? -dijo acercándose a él Vadillo y con tono de voz apenas perceptible.
-Sólo sabré deciros -contestó Ferrus con igual misterio- que nuestros señores no duermen juntos...
-Brava ocasión para chanzas, Ferrus...
-¿Chanzas, eh? Dígalo la señorita Elvira, vuestra misma esposa, que no se separa un punto de la condesa...
-Coplero, ¿queréis hablar alguna vez con formalidad? ¿Y dejará de ser casado porque no haga vida común con ella?
-Decís bien, pero como allá van leyes... No os enojéis, haré por enfrenar mi lengua. ¿Sabéis la historia del rey don Pedro?
-¿Y bien?
-Casado estaba con doña Blanca de Borbón... y casó sin embargo con la Padilla...
-¿Y queréis suponer?... ¿Don Enrique sería capaz de imitar al Rey cruel?...
-¿No habría un medio de compostura sin necesidad de que muriese mi señora doña María? ¿No hay casos en que el divorcio?...
-Mucho sabéis.
-¿Pensáis que el rey Enrique III podrá negar muchas cosas a su tío don Enrique de Villena?...
-No; el prestigio de que goza en la Corte es demasiado grande.
-¿Y pensáis que el señor Clemente VII se expondría a perder la amistad y protección de Castilla y Aragón en su lucha con Urbano VI por tener el gusto de negar una bula de divorcio al conde de Cangas y Tineo?
-Por San Pedro, Ferrus, que tenéis cabeza de cortesano más que de rimador.
-Muchas gracias, señor Fernán. Algunos señores de la Corte que me desprecian cuando pasan delante de mí en el estrado de Su Alteza y que me dan una palmadita en la mejilla diciéndome: Adiós, Ferrus; dinos una gracia, podrían dar testimonio de mi destreza si supieran ellos...
-Entiendo; no estoy en ese caso.
-Yo estimo demasiado al primer escudero de mi amo para confundirle con la caterva de cortesanos, cuyo brillo me ofende y cuya insolencia provoca mi venganza.