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-¿Y en qué estamos de Hernando y de su comisión? -interrumpió Vadillo dándole la mano y apretándosela como para dar a entender que aquel apretón de manos debía significar más que todas las frases vulgares que en semejantes casos se dicen.
-Ya he dicho que no sé sino que sospecho que el conde quiere ser maestre; que Hernando puede traer noticias de la salud de don Gonzalo de Guzmán y que esta noche no se acostará don Enrique de Villena sin haber aligerado y repartido la carga de su secreto, si tiene alguno; también quiero ser franco: tal puede ser él que no me sea lícito confiarle ni a vos mismo. Pero atended. ¿No oís?
-¿Qué es? -repuso el escudero escuchando.
-Es la señal de haber salido la pieza; ¿no oís los ladridos de los sabuesos y la gritería de los monteros?
-En efecto -dijo Vadillo-; salgamos, si es que no tenéis miedo también de ver a esta distancia la caza.
-Salgamos.
Pasaba efectivamente como a tiro de ballesta un horrendo jabalí perseguido de una jauría de valientes canes; ya dos de éstos habían probado sus agudas defensas, dando al viento su sangre y sus entrañas palpitantes; más de un montero, a punto de dar el golpe que hubiera terminado la ansiedad en que a todos los tenía la fiera, se había visto arrebatado fuera del sendero que ésta seguía por su caballo espantado. ¡Error! No se encuentra el origen de la referencia., gritaban los ojeadores, y más de diez cuernos, resonando en medio del silencio de la selva habían dado aviso a los impacientes cazadores que en el llano se hallaban guardando los pasos y salidas. Mucho menos tiempo del que hemos tardado en describir esta maniobra tardó en desaparecer a los ojos de nuestros pacíficos observadores por entre la espesura la encarnizada caterva, cuyos individuos apenas podían percibirse ya a tal distancia y a aquellas horas.
Perdíanse en lontananza los cazadores, y el ruido también de sus voces y sus bocinas, cuando salieron de la selva dos jinetes galopando a más galopar hacia las tiendas donde se aderezaba el banquete para la noche, que empezaba ya a convidar al descanso con sus frescas auras y sus tinieblas a los fatigados perseguidores de las inocentes reses del soto de Manzanares.