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Una mesa artificiosamente trabajada de modo que pudiera armarse y desarmarse cómodamente para esta clase de expediciones y varias banquetas de tijera fáciles de plegar completaban el ajuar de aquella vivienda campestre y provisional; una cámara interior y reducida estaba ocupada por un lecho con su cubierta de seda labrada de damasco. Algunos arcos y ballestas suspendidas aquí y allí y varios venablos apoyados en los rincones, daban a entender a la primera ojeada el objeto de la expedición que en el campo detenía por aquellos días a su dueño. Una armadura completa que en el lugar preeminente se veía suspendida, manifestaba que la seguridad personal no era olvidada de los caballeros belicosos del siglo XIV ni aun entonces mismo que se entregaban a los placeres de una época pacífica y ajena de temores de guerra.
-Ferrus, partiremos inmediatamente -dijo el caballero a su confidente.
-¿Sin cenar, señor?
-¡Ferrus!
-Señor -interrumpió el juglar volviendo en si de la distracción y falta de respeto a que había dado ocasión la mucha familiaridad que su amo le consentía-, si tus negocios han menester de mi ayuno y si mi hambre puede en algo contribuir a su buen éxito, marchemos...
-Naciste para comer, Ferrus; hago mal en creer que tengo un hombre en ti...
-Pero, gran señor, tú propio anduvieras acertado en restaurar tus fuerzas; el camino hasta Madrid es malo y largo, la noche oscura y Dios sabe si malhechores o enemigos tuyos esperarán a que pasemos para enviarnos en pos del maestre... si es que ha muerto -añadió acercándosele al oído, como presumo. ¿Qué mal puede haber en que nos pillen reforzados?
-En buen hora, bachiller, deja de hablar. Fernán Pérez, dispondréis que al rayar mañana el día se recoja la batida, y marcharéis conmigo lo más pronto que pudiéreis. Ferrus, haz que nos den un breve refrigerio. Seguiré tu consejo.
No oye reo su indulto con más placer que el que experimentó Ferrus al escuchar la revocación de la cruel sentencia, que a dos largas horas de hambre le condenaba. En pocos minutos se vio cubierta la mesa de un limpio mantel labrado y un opíparo trozo de exquisito morcón curado al fuego se presentó ante los ávidos ojos de nuestros tres interlocutores.