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No sabía el paje si su antiguo amigo, como le había llamado, había perdido el juicio; mirábale de alto abajo y sonriéndose por fin le contestó:
-Os preciáis de invencibles los caballeros, y ved aquí que una sola palabra de un pobre paje ha alterado toda la serenidad de un doncel tan cumplido como el trovador M..., no tengáis miedo, no lo volveré a pronunciar. Pero veo en el calor con que habéis oído mis palabras -añadió maliciosamente- que tomáis todavía algún interés por vuestras antiguas conexiones.
-¿Te complaces en atormentarme, paje? ¿De parte de quién vienes? ¿Qué te trae aquí? Si es quien tengo motivos para sospechar, dilo presto; nunca enviado alguno habrá logrado una recompensa más brillante.
-Os equivocáis. Guardad la recompensa para mejor ocasión.
-¡Cielos! -exclamó Macías-. Bien que... -añadió para sí-, ¿no ignora mi venida? ¿Y no es mi voluntad que la ignore? ¿Te envía el infierno para abrir mis heridas mal cicatrizadas?
-Bien podéis decir que me envía el infierno, porque vengo de parte de su mayor amigo.
-¿Estás loco?
-Del nigromante. ¿No me entendéis?
-¿Es posible que el conde no pueda destruir esa voz injuriosa que corre de él y crece de día en día?
-Buenas trazas lleva de querer destruirla, y ha alhajado su gabinete por el estilo del de el físico de Su Alteza, el judío Abenzarsal, y se andan a la magia de mancomún...
-¡Silencio otra vez! Dejemos la magia y el judío y el nigromante. Respóndeme, paje. ¿Y por qué te envía a ti don Enrique de Villena? No me había dicho que serías tú su emisario.
-Os lo diré si me soltáis este brazo, que me va doliendo más de lo que es menester; no os acordáis que tengo quince años. Si el brazo fuera de mi prima, no os distrajerais de esta manera.
-Basta; habla, pues, la verdad; con esa condición te suelto.
-Apuesto que me habéis hecho un cardenal. -¿Quieres apurar mi paciencia, paje? Habla, o te hago otro en el otro brazo
-Piedad de mí, señor caballero. Pero no dudéis que me envía don Enrique.