El doncel de don Enrique (Mariano Jose de Larra) Libros Clásicos

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Decidme sólo que no quedáis enojado conmigo.
-¿Enojado, Jaime? ¿Enojado? ¡Dichoso, Jaime! Adiós. Si algún día necesitas del socorro de un caballero, acuérdate del doncel de Enrique III. Adiós; a esta hora no me convendría que te encontrase nadie en mi aposento, parte, Jaime, y si vuelves a don Enrique, di que tu comisión ha quedado completamente desempeñada.
Acomodó el paje en el dedo en que mejor ajustó el anillo del doncel, y despidiéndose afectuosamente, no tardaron en oírse sus pasos por los corredores; de allí a poco sus ecos fueron gradualmente perdiendo sonido hasta desvanecerse y perderse del todo en la distancia.
La escena del diálogo inesperado que acababa de sostener el desdichado doncel no era lo más a propósito para tranquilizar su agitado espíritu. En cuanto dejó de oír los últimos ecos de los pasos del mancebo, que había abierto casi inocentemente sus antiguas llagas y había echado leña seca en el fuego que ardía, hacía poco al parecer amortiguado, en su pecho, cerró su puerta y comenzó a pasear su pena por la pieza con pasos tan vagos como sus ideas. Largo espacio de tiempo duró en aquel estado de lucha consigo mismo, ora paseando aceleradamente, ora parándose de repente como si el movimiento de su cuerpo se opusiese al de sus pensamientos. ¡Error! No se encuentra el origen de la referencia. ¡Error! No se encuentra el origen de la referencia.ien pudierais haberme hecho prendarme, que fue preciso que me entregaseis a discreción de la única tal vez de quien un juramento sagrado y una unión mil veces maldecida para siempre me separan? ¡Yo romperé esa ara, yo la destrozaré! ¡Yo hollaré con mis propios pies ese altar funesto que nos divide!», concluía al cabo de un paseo más agitado.
Pero de allí a poco volvía la reflexión a ocupar el lugar de la pasión y se le oía entre dientes: ¡Error! No se encuentra el origen de la referencia.
En estos y otros soliloquios a éstos semejantes le encontró el momento de la visita que esperaba. El conde de Cangas y Tineo, envuelto en un sobrecapote de fino vellorí, y con una linterna sorda en la mano para alumbrar sus pasos, se presentó llamando a su puerta.

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