El doncel de don Enrique (Mariano Jose de Larra) Libros Clásicos

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Sin embargo, como ha podido inferir el lector de su diálogo con Ferrus no estaba tan corrompido su corazón que no respetase todavía en la sociedad en que vivía una porción de consideraciones, que su criado, por el contrario, atropellaba sin el más mínimo escrúpulo de conciencia. De Ferrus dijimos que no era el malvado bastante impío para sus fines, y de don Enrique podemos, por el contrario, asegurar que no era el impío bastante malvado para los suyos. Naturalmente afeminado y dedicado al estudio faltábanle el vigor y la energía de carácter que corona las empresas aventuradas. Difícil nos sería decir si era o no religioso; nos contentaremos con exponer a la vista del lector varios rasgos que pueden caracterizarle cumplidamente bajo este dudoso punto de vista, y él más que nadie podrá juzgar si era la religión para él un instrumento o una preocupación.
El interlocutor que enfrente tenía era un mancebo que en caso de duda hubiera podido atestiguar con su propia persona la larga dominación de los árabes en Castilla. Su color era moreno, sus cabellos negros como el azabache; sus ojos del mismo color, pero grandes, brillantes y guarnecidos de largas pestañas; una sola vez bastaba verlos para decidir que quien de aquella manera los manejaba era un hombre generoso, franco, valiente y en alto grado sensible. Un observador más inteligente hubiera leído también, en su lánguido amartelamiento, que el amor era la primera pasión del joven. Su frente ancha, elevada y espaciosa, y su nariz bien delineada, denunciaban su talento, su natural arrogancia y la elevación de sus pensamientos. Ornábale el rostro en derredor una rizada barba que daba cierta severidad marcial a su fisonomía; su voz era varonil, si bien armoniosa y agradable, su estatura gallarda.
-Macías -comenzó a decir don Enrique de Villena después de un breve espacio en que pareció reunir todas sus fuerzas para determinarse a proponer sus ideas-, vengo a daros la muestra que de gratitud os debo por la exactitud con que habéis cumplido la delicada comisión que en vuestras manos confié. Decidme si es posible que tenga alguien en la Corte noticia de la muerte del maestre.

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