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-Abenzarsal -dijo por fin Villena con la violencia que se hace el enfermo para pasar de un trago la amarga medicina a que ha de deber mal su grado su salud-, Abenzarsal, me habéis perdido. Nada habéis hecho por mí si muere alguno. Corramos a evitar una catástrofe. ¡Ay de nosotros si llegamos tarde! No os mandé yo tanto
-¿Qué dices, señor? -repuso asombrado el astrólogo, que contaba todavía con la indecisión del conde y con su propia elocuencia para acabarle de determinar-. ¿Pretender lograr tus planes con semejante cobardía? ¿Nada quieres sacrificar? Nada, pues, lograrás. El entendido maestro corta un brazo para salvar los demás miembros. Los términos medios nada remedian. Dejémosles correr su suerte. Si su constelación, por otra parte, es morir, ¿qué poder tendremos para contrastar los astros?
-¡Los astros!, ¡los astros! Acostumbrado a ese pérfido lenguaje, queréis deslumbraros a vos mismo. Si uno de ellos está pereciendo en este instante, ¿qué astro sino vuestra intriga les habrá perdido?
-Eso querrá decir, don Enrique, que su constelación era que les perdiese mi intriga.
-Basta, Abenzarsal -gritó Villena mirando al reloj-. Cada grano de menuda arena que veis caer en la parte inferior de esa vasija es una gota de sangre tal vez, y no encierran tantas gotas las venas de ningún hombre como granos contiene ese arenero. Abenzarsal yo quiero que su constelación no ordene su muerte; venid conmigo...
-¿Adónde? ¿Quién es capaz de adivinar dónde han dirigido sus pasos en medio de las tinieblas de la noche, dos locos, que...?
-Locos, sí, locos; pero hombres, en fin, que cuerdos o locos no tienen más que una vida, y ésa la perderán si les dejamos.
-¿Y bien? ¿Serán los primeros que hayan muerto víctimas de su necedad? ¿Soy yo, por ventura, quien les ha persuadido de que vale tanto una hermosura pasajera como la vida del hombre? Si no han aprendido a conocer a la mujer, ¿será nuestra la culpa de su muerte? ¡Insensatos! Los que consienten en morir por un ser pérfido no merecen que dé nadie dos pasos para salvarles la vida. ¿Serán por ventura más felices cuando la conserven para vivir esclavos y fascinados por el loco capricho de un sexo envenenador, para creer gozar en una falsa sonrisa, para llorar lágrimas de sangre ante un injusto desdén? Su muerte será acaso su felicidad.