Página 207 de 298
Si os consulto es porque presumo que pudiéramos dar un golpe atrevido. ¿No hay algún arbitrio? ¿No os ocurre a vos nada? ¡Por Santiago! Yo creí que ya habíais comprendido que yo quiero que os ocurra.
-Mi cuerpo, señor, viejo y feo conforme se halla, está a tu disposición; del alma nada te quiero decir, porque no estoy seguro de si puedo disponer de ella como cosa mía, después de la tempestuosa y maliciosa vida que he traído. Dios me la perdone. Pero en cuanto a mis ocurrencias, permite que te diga, señor, que sólo conforme me vayan ocurriendo podré irlas poniendo a tu disposición.
-¡Maldito viejo! -refunfuñó Villena entre dientes-. ¿Cuándo queréis acabar de fundirme esa cabeza de bronce que ha de responder a todo el que la pregunte y que me habéis tantas veces prometido? Yo os aseguro que si la tuviera en mi poder, como debiera, a la hora esta ya la habría hecho decir cosas buenas y oportunas acerca del asunto. No habría combate, yo os lo aseguro; no lo habría. Os juro que esa sería la mejor cabeza de Castilla, sin contar la mía, Abenzarsal, se entiende.
-Mientras la mía, señor, esté sobre mis hombros que será todo el tiempo que yo pueda, paréceme que la de bronce ha de estar de más.
-Veamos, Abenzarsal, esa prodigiosa fecundidad de recursos. Ya imaginaba yo que no dejaríais de sacarme de este molesto apuro.
-¿Has visto alguna vez a tu juglar Ferrus desempeñar, con singular destreza y maestría, el famoso juego de cubiletes que de Italia han traído a España algunos juglares y juglaresas de Provenza?
-Adelante, Abenzarsal.
-Bueno; pues es necesario que aprendas ahora de Ferrus tan peregrina habilidad, y esto sin remedio.
-¿Os volvéis loco, u os burláis de mí?
-Ni lo uno ni lo otro. Lo primero no me tiene cuenta a mí; lo segundo no te la tiene, señor, a ti; sin embargo, afírmome en lo dicho; no tienes, conde, otro remedio a no ser que quieras valerte del agua aquella que poseo que no sería tan mal recurso. Pero has dado en apreciar la vida del hombre.