El doncel de don Enrique (Mariano Jose de Larra) Libros Clásicos

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Ésta era la verdadera causa de aquella extravagancia.
No bien se había despertado Ferrus, cuando tenía ya a la cabecera de su cama al complaciente Nuño con la montera en la mano, y con un como gustéis siempre asomado a los labios para salir a la menor indicación del huésped. Entablóse entre ambos, mientras que Ferrus se vestía, un diálogo que por lo largo e inútil a nuestro propósito, perdonamos a nuestros lectores con el interesado objeto de que nos perdonen ellos a nosotros cosas de mayor monta y trascendencia. Baste decir que por él pudo Ferrus formar una exacta idea de su verdadera posición, y no le hubo de parecer tan mala como Rui Pero se la había pintado, porque decidió volver inmediatamente a su castillo, y aun hizo propósito de darse por encargado y enterado de todo lo más pronto posible, pues bien se le alcanzaba que el disgusto y mal humor del camarero sólo podían resultar en daño de la intriga de su amo.
Tuvo el hostalero, prevenido por Peransúrez en la madrugada del mismo día, el buen talento de no hablar a Ferrus de la imprudente conversación tenida en público la noche anterior en su cocina después de haberse él recogido, y Hernando, a quien importaba no ser conocido, de Ferrus sobre todo, se mantuvo oculto hasta que supo que había regresado al castillo el ex juglar, pagada ya la cuenta de su gasto, aunque no tan opíparamente como el hostalero esperaba, cosa que se supo porque al despedirse Ferrus de él, díjole:
-Dios os prospere y os dé, buen Nuño, lo que más os convenga -y se notó que Nuño no le había respondido el como gustéis de ordenanza. Esta observación de los historiadores del tiempo, que hablan con toda profundidad del lance, es tan justa, que cuando Nuño habló con Peransúrez después de la partida de Ferrus no sólo no insistió en la apuesta, sino que se inclinó ya, por cierta antipatía que había nacido en su corazón repentinamente contra Ferrus, a la parte del emprendedor montero, diciéndole entre otras cosas que tendría un placer singular en que se jugase una pasada que metiese ruido al señor alcaide nuevo del castillo del moro, por su arrogancia y su petulante continente.

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