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Hallábase situado a orilla de una zanja, hecha a lo largo de la muralla interior; por la zanja corría, produciendo el rumor que hemos descrito, un residuo del torrente, que llenaba con sus aguas el foso exterior del edificio, y entre la zanja y la muralla interior había una ancha y espaciosa plataforma. Era preciso, pues, pasar la zanja desde la plataforma para entrar en la prisión destinada al doncel; pero esto sólo se podía verificar bajando el rastrillo que la cerraba sirviéndole de puerta.
La rara colocación de aquella cueva indicaba que había sido construida desde luego para encerrar presos de importancia, y a quienes se quisiese quitar la vida prontamente como represalia en caso de hallarse ya tomado el castillo por el enemigo. La situación por otra parte, su hondura y el ruido del torrente, impedían que pudiese ser oída en ningún caso la voz del prisionero que en aquella caverna se encerrase. Casi enfrente de ella venía a caer, entre las dos murallas, la torre principal de la fortaleza. Mirando oblicuamente por el agujero conductor de la luz, que dejamos descrito, divisábanse con trabajo algunas altas ventanas. Nada se podía ver de día de lo que dentro de ellas pasaba; pero de noche, cuando reinaba la más completa oscuridad, veía el doncel una luz arder en lo interior de una habitación, moverse a ratos, mudar de sitio, desaparecer, y aun producir sombras de diversos tamaños y figuras, bastantes a atemorizar en aquel tiempo de superstición un corazón menos determinado que el del doncel; sobre todo en un castillo que hacían encantado las tradiciones más remotas del país, y cuyo destino parecía ser real mente el de pertenecer siempre a seres nigrománticos como le sucedía a la sazón, que era dueño de él el conde de Cangas, a quien nadie tenía por menos mago que el amante de Zelindaja. De noche también, y cuando se columbraban las temerosas sombras, era cuando solía mezclarse con el silbido del viento y el ruido de la lluvia, o el estruendo de la tempestad, una voz aguda y dolorosa, que era la que tenía espantada la comarca, y la que nuestro buen Nuño había oído la noche que se retiraba de su labor, como en nuestro capítulo anterior dejamos dicho.