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Finalmente, otra entrada tenía la prisión del doncel. Una escalerilla de caracol la ponía en comunicación con una larga galería interior del castillo; pero una puerta de hierro sumamente pequeña y cerrada por defuera con pesados cerrojos y candados, cuyas llaves poseía sólo el alcaide, imposibilitaba por esta parte toda esperanza de evasión. Un mal lecho había sido dispuesto a ruegos del prisionero en la caverna, y había conseguido por favor singular que le dejasen el pequeño laúd que a la espalda como trovador llevaba cuando su cita amorosa. Con él divertía su amarga posición pulsándole blandamente, y regándole con sus acerbas lágrimas, los ratos que no escribía en las paredes con un punzón alguna tristísima endecha, dirigida a la ingrata señora de sus pensamientos, cuyo rigor le había puesto en tan lastimero trance.
La habitación que por ser la mejor y la más espaciosa se había reservado el alcaide, y que se habían repartido a la sazón Rui Pero y Ferrus, se hallaba en el piso bajo de la torre de que hemos hablado. Un salón anchuroso, adornado con varios trofeos y armas suspendidas en las paredes, era el departamento principal. Una larga mesa estaba clavada en medio; el hogar ardía en la cabecera de la sala, y en el extremo opuesto un aparador o bufete encerraba la vajilla estilada en aquel tiempo para el servicio de la mesa.
Al anochecer del día en que nos encuentra nuestra historian dos hombres arrellanados en dos grandes poltronas de baqueta española, la más apreciada entonces en Europa, conversaban tranquilamente uno enfrente de otro y separados por la mesa como si hubieran necesitado de un cuerpo intermedio para no reñir. Así parecía indicarlo su gesto displicente. El uno era Ferrus. En su rostro brillaba la satisfacción de un hombre que ha llegado a ocupar un destino superior a sus méritos y esperanzas. El otro era Rui Pero. Su continente era el de un hombre, por el contrario, herido en lo más delicado de su amor propio por un disfavor no merecido, y habíaselas con el emancipado juglar como podría habérselas un general acreditado por sus servicios y conocimientos con un guerrillero a quien hubiese igualado con él la fortuna.