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Llevando, además, mejores caballos, ganáronles prontamente la delantera.
En el castillo se había aplacado entretanto el desorden y la confusión producidos por la fuga de la condesa. Ferrus y Rui Pero se habían cerciorado con satisfacción que sólo uno de los prisioneros se había escapado. Era, en verdad, el más importante; pero Rui Pero se puso a la cabeza de unos cuantos hombres armados con no pocas esperanzas de recobrar a los frailes fugitivos, que habiendo salido a pie, no podían haber andado mucho. Hubieran logrado su intento a no haber tenido tiempo Peransúrez para llegar a la venta de Nuño; pero una vez allí, desnudáronse su disfraz, tomaron consigo unos cuantos monteros colegas de Peransúrez, y rodeando por el monte y sonando sus bocinas en son de caza, lograron burlar la vigilancia de los emisarios de Rui Pero, que buscaban dos frailes franciscanos y no una compañía de cazadores.
La condesa creyó oportuno avisar de su situación a Su Alteza por medio del mismo Nuño y de su compañero de viaje, por si se frustraba su fuga o por si no podía llegar a Andújar tan presto como era su intención, a pesar de la poca distancia que hasta allí había. Nuestros lectores han visto cómo desempeñó Nuño su comisión, y pueden figurarse que Rui Pero y los suyos recorrían todavía inútilmente los alrededores de Arjonilla. Ferrus, poco militar todavía y aturdido con cuanto le pasaba, no había pensado en relevar las centinelas, y habiéndose convencido por una rejilla interior de la prisión del doncel de que existía en su poder, permanecía Hernando en su puesto con su alano, bien decidido a vender cara su vida si no podía salvar a su señor; viendo que nadie se acordaba de él, se determinó por último a abandonar su guardia y a buscar otra manera de salvar a Macías. Echó a andar para esto a lo largo de la muralla, calada la visera de la mala celada que había robado al difunto, y no le costó dificultad introducirse en lo interior del castillo, que por lo desmantelado servía de cuartel a los hombres de armas.