Página 7 de 455
.., ah, y hay bolsas de un color verde oliváceo debajo de sus ojos color avellana. Si hubieran tropezado con ella esa noche no habrían perdido ni un segundo observándola, y enseguida se habrían olvidado de ella para contemplar la elegancia, la belleza y el abigarramiento de la fiesta.
Pero aquella zona no era elegante, bella o abigarrada, y no cabía duda de que era la más olvidada por la celebración del carnaval. Tabitha se agachó para pasar por debajo de la pasarela de cemento y avanzó por una calle flanqueada de puestos improvisados mediante tuberías y tablones, abriéndose paso por entre los transeúntes que examinaban las mercancías ofrecidas a la venta. Hileras de biofluorescentes atadas con trozos de cordel colgaban sobre su cabeza yendo de un poste a otro. Sin pretenderlo, Tabitha había acabado llegando al mercadillo de Schiaparelli.
Algunos propietarios de puestos callejeros habían hecho un pequeño esfuerzo para participar en la atmósfera del carnaval. Sus montones de cassettes y prendas de segunda mano estaban adornados con máscaras y guirnaldas Un puesto cercano estaba ocupado por pilas de ropas multicolores en las que podía encontrarse de todo, desde zapatos de aluminio hasta kinocamisetas del peor gusto imaginable que mostraban gatitos guiñando los ojos, unicornios haciendo cabriolas o mujeres que se desnudaban lentamente mientras giraban sobre sí mismas. Los coleccionistas hurgaban en las cajas repletas de gafas de sol y discutían los méritos de los despojos recuperados de entre la basura de los cruceros de lujo. Dos mujeres muy flacas vestidas con lo que parecían trajes de niño estaban sentadas detrás de una mesa llena de animales de porcelana y se maquillaban minuciosamente la una a la otra al calor de una maltrecha estufa reactora. Tabitha pasó junto a ellas y una de las mujeres la llamó con un silbido tan estridente que casi la dejó sorda.
Un robot comercial que parecía a punto de caerse en pedazos emergió de debajo del toldo que lo protegía y le disparó un chorro de subliminales llenándole la cabeza con imágenes de piscinas moteadas por el sol y con los olores de la zarzamora y el deseo. Un niño de piel amarilla intentó conseguir que se interesara por un frasco de cristal que contenía una considerable cantidad de moscas muertas. Cuando dobló la esquina se encontró con un grupo de altaceanos vestidos con jerseys gruesos y gorras cónicas de fieltro marrón que montaban guardia junto a las acumulaciones de desperdicios humanos colocadas ante ellos.