Reconquistar Plenty (Colin Greenland) Libros Clásicos

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-No me refería a la música -dijo Heidi.
Tabitha la obsequió con una sonrisa tan fría que se encontraba por debajo del punto de congelación, pero acabó volviendo la cabeza hacia el escenario.
Forzó la vista intentando distinguir algo entre el humo y la penumbra del ambiente alta-tecnología típico del local y se dio cuenta de que el tipo del escenario estaba usando un guante. Había empezado a cantar, o alguien cantaba en su lugar. Tabitha clavó la mirada en su rostro, pero no consiguió captar ningún movimiento de los labios. Tenía unos labios preciosos con una curva soberbia, y sus ojos eran de color castaño y muy redondos. Mientras le contemplaba, una parte de su mente perdida en las profundidades de su cráneo seguía dando vueltas a los mismos pensamientos que la habían atormentado desde que salió de la comisaría. "Veinticuatro horas... Bastardos..."
-Oye, ¿conoces a alguien que necesite una barcaza? -preguntó.
Era la primera vez que le hacían eso. Nunca la habían amenazado con quitarle su nave. Y la mera idea de que la Alice pudiese caer en las manos de la policía... Bueno, no le hacía ni la más mínima gracia.
-Cualquiera que no sea un perk -añadió.
Apartó los ojos del hombre del escenario e hizo un rápido repaso de los tahúres presentes. Delante de la ventana principal se estaba desarrollando un complicado juego de fichas, y gruesos fajos de billetes viejos y reblandecidos por el tacto de muchas manos cambiaban rápidamente de dueño a cada chasquido de las fichas. Un tipo que vestía el uniforme de una mensajería especializada en transportar sustancias tóxicas compartía una jarra con un aguador. Dos thrants bastante desgarbadas que debían tener unos tres años de edad se exhibían delante del viejo generador de música. Llevaban gafas de sol, vestían trajes de cuero color crema y jugueteaban con sus licores de regaliz.
-Ahora no trabaja nadie -dijo Heidi-. Es carnaval. ¿Quieres beber algo?
Tabitha suspiró.
-Cerveza -dijo.
Heidi le recitó una lista de siete variedades sin necesidad de tomar
aliento.
-La que tengas más cerca -dijo Tabitha.
Carlos conocería a alguien que necesitara una barcaza. El teléfono estaba debajo del escenario, junto a la escalera que llevaba al sótano. Tabitha fue hacia él y cuando pasó delante del escenario se dio cuenta de que era el loro quien cantaba.

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