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Tabitha Jute estaba junto a la ventana del ático de Marco Metz contemplando los últimos chisporroteos del carnaval de Schiaparelli mientras se tambaleaba ligeramente de un lado a otro. Aquella gente parecía decidida a seguir divirtiéndose hasta el fin de los tiempos, como si no quisieran volver a sus casas y sus camas.
Alargó una mano hacia el campo de fuerza que les protegía del frío. El campo de fuerza se apoderó de su dedo y Tabitha sintió algo parecido a la mordedura de unos dientes muy blandos. La ventana iba desde el techo hasta el suelo, y los generadores del campo estaban ocultos y no hacían ni el más mínimo ruido. Podía oír música a lo lejos. Intentó apoyarse en el campo.
-No hagas eso -dijo Marco-. Acabas de llegar.
Podía sentir su presencia detrás de ella. Marco le puso una mano sobre los hombros y deslizó el otro brazo alrededor de su cintura mientras le besaba el cuello. Tabitha giró sobre sí misma y se dejó abrazar. Besó sus labios musculosos y se pegó a aquel cuerpo sólido y esbelto. Marco le besó la mejilla.
-Quizá deberías quitarte la chaqueta-le murmuró al oído.
-Quizá -dijo ella.
Estaba a punto de derretirse. Todo parecía estar ocurriendo a gran velocidad, pero se sentía capaz de moverse por entre los momentos tan ágilmente como si fuese una sílfide rigeliana. Todo brillaba y estaba recubierto por una hermosa película plateada. Movió los pies y creyó ver el polvo de estrellas dispersándose a su alrededor. Extendió los brazos hacia aquel hombre soberbio, pero el muy idiota había decidido ser práctico y parecía estar muy ocupado con su bolsa de viaje... ¡Su bolsa de viaje! ¿Cómo podía perder el tiempo con algo semejante?
-La dejaré aquí -dijo Marco yendo hacia una mesa que no era más que una losa de una sustancia transparente-. ¿Qué llevas dentro? ¿Te dedicas al levantamiento de pesas o qué?
-Voy acumulando cosas -dijo ella-. Durante mis viajes... He recogido algunas cosas realmente extrañas.
Le miró. Estaba tan cerca que no podía verle con claridad. Empezó a desabrocharle los botones de la blusa y se encontró con una camiseta térmica. La impaciencia pudo más que ella y acabó subiéndola violentamente con las dos manos mientras se inclinaba hacia adelante para besar su robusto pecho moreno.
-No te creo dijo.