Página 43 de 455
Sintió cómo su cuerpo se tensaba.
-¿Qué has dicho? -le preguntó Marco-. ¿Qué quieres decir con eso?
-Tengo una barcaza -dijo Tabitha-. Conozco a montones de hombres. Conozco a montones de mujeres. Pero tú, tú..., tú eres un artista interplanetario... -Articuló las palabras con mucho cuidado. Su lengua parecía tener vida propia, y cada vez le resultaba más difícil hablar-. Tú... -dijo deslizando los dedos sobre la alfombrilla de vello que cubría su pecho-. Tú, este sitio... ¡Y quieres contratarme!
Marco se relajó.
-Estás en las nubes, ¿eh? dijo, y la besó.
-Estoy en las nubes y es una sensación maravillosa-dijo ella-. Todo es perfecto. Oye, ¿cogiste un poco?
-¿Un poco de qué?
-De lo que fuese -dijo ella-. De lo que había en la fiesta.
Marco dejó escapar una risita.
-Lo que fuese -repitió-. Sí, creo que cogí un poco de ese lo que fuese.
-Era cristal -dijo ella-. Del mejor... -Le miró y parpadeó lentamente-. De veras.
Pensó que quizá no la creía.
Volvió a extender las manos hacia él y uno de sus brazos atravesó la capa de mercurio que la envolvía igual que si fuese la Alice entrando en el hiperespacio. Tabitha sintió la fresca caricia iridiscente que se fue extendiendo a lo largo de su cuerpo. Marco acababa de quitarse la camiseta. Tabitha puso las manos sobre su cinturón. La hebilla era muy moderna y de un diseño bastante complicado, pero pareció derretirse entre sus dedos.
Alzó la cabeza y vio algo en el rincón. Era alto, esbelto y de color plateado. Tabitha pensó que debía ser alguna clase de antena, y un instante después comprendió que era una complicada percha para pájaros y se dio cuenta de que estaba vacía.
-¿Dónde se ha metido tu amiguito? -preguntó.
-¿Tal? Oh, andará por ahí. Creo que pensó que estaríamos más a gusto solos.
Y, sin saber por qué, la respuesta de Marco le pareció extraordinariamente graciosa. Se echó a reír sin poder evitarlo. Cuando reía las carcajadas salían de su boca y se convertían en burbujas de oxígeno líquido que brillaban como espejos metálicos. Las burbujas salieron despedidas en todas direcciones y chocaron con las paredes iridiscentes, el techo reluciente, el hombre maravilloso que tenía delante y sus soberbios ojos color avellana. Tabitha estaba inundándole con su placer, y no estaba muy segura de que Marco lo entendiera.