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Junto a la ventana había una planta de hojas bastante fláccidas metida en una maceta marrón que parecía alargarse desesperadamente en busca de agua. Tabitha sabía muy bien lo horrible que podía llegar a ser esa situación.
Parpadeó e intentó ver las cosas con más claridad. Volvió la cabeza hacia la pared que había detrás de la planta y logró distinguir unas espirales irregulares de oro pálido pintadas en ella. Al lado de la maceta había un perchero tubular sin nada colgado, una silla azul de tubo y un equipo audiovisual también tubular.
Volvió a cerrar los ojos.
La cama estaba caliente, y era increíblemente cómoda.
Tabitha se puso de lado y vio al hombre. Estaba dormido con la espalda vuelta hacia ella y roncaba sin hacer apenas ruido. Había tirado de la sábana hasta tan arriba que sólo podía ver la parte superior de su cabeza.
Y entonces lo recordó todo de golpe. Los recuerdos llegaron en forma de un chorro de sonidos, imágenes, música y acción inmensamente acelerada.
-Ngk -dijo.
La exclamación inarticulada era una mezcla de asombro y culpabilidad.
Movió la boca con mucha cautela porque quería averiguar si era capaz de encontrar su lengua. Creía recordar que se había quedado atascada en algún sitio durante la noche anterior.
Necesitaba orinar, y deprisa.
Se fue irguiendo poco a poco y con las máximas precauciones posibles.
Marco no se movió.
Tabitha esperó a que su cabeza hubiese dejado de dar vueltas y apartó lentamente la sábana. Se dio cuenta de que se había metido en la cama sin quitarse los calcetines y de que olía fatal.
Marco Metz siguió roncando.
Tabitha puso los pies en el suelo. Lo veía todo borroso, y tenía la sensación de que su boca se había convertido en el fondo de un pozo repleto de arena. Se preguntó cómo era posible que un extremo de su cuerpo anhelara tan desesperadamente algo de líquido mientras que el otro extremo sólo anhelaba librarse del que llevaba dentro. No era la primera vez que se hacía esa pregunta.
Entró en el cuarto de baño y volvió a encararse con su reflejo. Las persianas estaban bajadas, pero la penumbra no le impidió ver las sombras oscuras que había debajo de sus ojos.
"Zorra", se dijo. Su padre usaba esa palabra muy a menudo.