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"Zorra", volvió a pensar, y se sintió vagamente reconfortada.
Orinó y se dio una ducha con agua de verdad. Enjabonarse y quedarse inmóvil un buen rato debajo de la ducha sirvieron para que el mundo pareciera tener mejor aspecto. Tabitha fue hacia la ventana y subió cautelosamente la persiana.
Aún era muy temprano. El sol parecía una mandarina perdida en un cielo de mermelada de moras que giraba en lentos remolinos. Las columnas de cristal de la Galería Maserati estaban rodeadas por montones de basura. Un policía solitario que vagabundeaba por los tejados era la única señal de movimiento visible en las gélidas masas de edificios que se apiñaban alrededor del Gran Canal.
Tabitha se envolvió en una gigantesca toalla verde, salió del cuarto de baño y entró en el dormitorio a echar un vistazo. La masa oculta por la sábana no se había movido.
Dio unas cuantas vueltas hasta localizar la cocina, una habitación enorme y muy, muy blanca. Tabitha se preguntó si habría alguna clase de zumo de fruta disponible dentro de la nevera. "Zumo de cerezas", pensó y fue hacia la nevera pensando que la abriría y vería litros y más litros de zumo de cerezas.
Pero la nevera estaba vacía. Bueno, no estaba totalmente vacía, pero a efectos prácticos era como si lo estuviese. Un saquito transparente que contenía una sustancia marrón bastante espesa debía ser pasta de chocolate
o miso, una anchoa reseca perdida en una lata abierta con la capa de sal convertida en una costra que parecía durísima y una mancha inidentificable de algo sobre un plato que quizá hubiera estado lleno de salsa al pesto. "Quizá sea vómito de loro", pensó Tabitha de bastante mal humor. Tal estaba inmóvil en su percha futurista de la sala.
-Buenas noches -dijo cuando la vio.
-Buenos días, Tal -murmuró Tabitha.
-Buenas noches -repitió Tal.
Aquella mañana el loro tenía la voz de un anciano cascarrabias.
El suelo estaba lleno de prendas tiradas por todas partes. Algunas eran suyas. Tabitha las fue recogiendo y se las puso. El loro la observó con expresión solemne mientras se vestía.
-Deja de mirarme, Tal.
Pero el loro no le hizo ningún caso. Tabitha descubrió que ser observada con tanta atención por un pájaro la hacía sentirse ligeramente incómoda.
Terminó de vestirse y recorrió la habitación con la mirada buscando su bolsa de viaje.